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Tragedia y melodía en la barriada

Arturo Guerrero

25 de julio de 2025 - 12:05 a. m.

Óscar Bustos es el gran cronista y narrador de los barrios surorientales de Bogotá, desde cuyas alturas polvorientas y martirizadas deja caer una vibración de amor y muerte desapercibida por la indolencia capital. Nació allí, conoce cada rincón, convive con sus jóvenes extremos que parecen héroes del cine que no se ha hecho.

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Su más reciente libro, Melodía de arrabal, Simón Editores, 2025, 160 págs., cuenta con un prólogo del poeta Juan Manuel Roca quien lo califica como “una pequeña y gran obra maestra”. “Sus parajes –agrega– no parecen del tercer mundo sino del primer inframundo”. Desde la solapa, Bustos mira a sus lectores de pie sobre terreno destapado, cruzado de brazos y ofreciendo hacia abajo un panorama como de maqueta de Bogotá.

El texto, según se anuncia desde el título, entrega el contraste entre el encanto de una melodía literaria y el arrabal donde sucede la vida cuchillera y extrema de seres empujados por la necesidad y la violencia de una sociedad que ni siquiera los considera suyos.

Barrios urgentes de la localidad de San Cristóbal, como San Vicente Alto, San Isidro (¡tantos santos!), La Victoria o, más coloquialmente, La Vicky, Las Malvinas, son agrupados como “zona alta, ventarroneada”, de “calles empinadas que con el sol perpendicular brillan como lagos”. En ellos habitan preferentemente los ancianos ya descartados por la vida o los jóvenes que en cualquiera de esas calles pueden caer acribillados.

Las muchachas tienen 17 años, como la novia del carranguero Jorge Velosa, visten vestidos estampados de flores, cada una es “la mujer más bella del planeta” y todos los hombres mueren por verles y tocarles los cucos o por “meter sus asquerosas manos entre su pecho de flores”.

Muchos de los viejos vinieron de la zona esmeraldera de Muzo, “la tierra donde se siembra el maíz a balazos, se corta el agua a machete y se trancan las puertas con muertos”. Algunos estuvieron presos en la cárcel Modelo y luego llevaron a la familia al suroriente donde construyeron a medias una casa con terraza para ver hacia abajo los tres nevados “libres de nubes y adornados con sus copos de nieves relucientes”.

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Bustos experimenta la clarividencia de que los malevos de sus barrios tienen “una voz que nunca ha cantado un bolero”. Y con esta observación los define mejor que cualquier sociólogo. Sabe detectar la corriente que corre por dentro de los vecinos cuando quedan en medio de los cuchillos de los malandros: “en el ambiente se sentía más bien como si el miedo fuera el aire y el aire el miedo”.

Sabe otear el peligro de las calles nocturnas con cuyos sobresaltos ha convivido: “Que lo desaparezcan, que arrojen su cadáver desde un carro, que tú con mucho gusto pasarías por encima de él como si tal cosa... De un momento a otro pueden ocurrir tantas cosas... Estás tan seguro de lo que va a ocurrir, de ese silencio que llena todas las calles, de los ruidos que lo romperán”.

En Melodía de Arrabal se cuenta cómo la vida pasa mientras “los hombres están ocupados haciéndose daño unos a otros”.

arturoguerreror@gmail.com

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