Un año sin La Vieja

Arturo Guerrero
03 de agosto de 2018 - 04:00 a. m.

Hace años rondó el chiste de una niña que preguntaba si el domingo estaba abierta la montaña. La risa saltaba porque nadie imagina una montaña con puerta, candado, llave, guardias. Pues hoy este chiste se repite, no como comedia sino como tragedia.

En efecto, está próximo a cumplir un año el cierre del sendero de la quebrada La Vieja en los cerros orientales de Bogotá. Es un camino empedrado, de indios, como se habla para indicar la antigüedad de una ruta quizás existente desde antes de la llegada de los españoles.

Suba usted por la calle 72, en el norte, atraviese la avenida de Circunvalación por la boca de un túnel con paredes pintadas de grafitis y bloques de concreto que se dejan brincar. No se arredre si se encuentra de frente con parqueaderos de edificios. Un pasaje público lo conduce a una puerta enrejada y sellada.

Sí, es la puerta de la montaña. La responsable de dejar sin piso el chiste de la niña. Usted pensaría “fácil, paso por un lado, la montaña es ancha”. No hay tal. El entorno está trenzado de alambre, el cauce de la quebrada es infranqueable. Hasta aquí llegó su tentativa, los cerros están clausurados.

¿Quién tiene la llave? La Empresa de Acueducto, señora de ese tramo, custodia de la vegetación, patrona de un par de guardabosques bigotudos y saludadores que tienen sus familias, casas, caballos, perros, en lugares detrás de bosques con abejas y cautela.

La CAR Cundinamarca, autoridad ambiental que vela por las cuencas hidrográficas, suspendió el acceso en agosto de 2017, en vista de que excesiva gente subía, los vecinos se quejaron y el cerro se estropeaba. Ordenó más estudios de carga, adicionales a los que se habían hecho con conteo de la mismísima policía que custodiaba a diario el recorrido.

Como en todo proceso mudo, los murmullos no tardaron. Que señalizaron el trayecto, que instalaron barandas en los puentes vacilantes, que cercaron los bordes para evitar desvíos de los caminantes, que hay vecinos renuentes con altas influencias, que esta semana reabren, que la otra, que la de más allá.

Y así se fue un año. Los Amigos de la Montaña, asociación de paseantes cotidianos, mantienen diálogo inteligente y apacible con las dos entidades. Su líder, el ingeniero Andrés Plazas, ha forjado un modelo de relación gobierno-comunidad-habitantes-policía que merecería el Nobel de Paz en miniatura.

Proponen incluir a los parceros de los barrios informales aledaños como guías, educadores ambientales y acompañantes, para desarmar la inseguridad que hormiguea y de vez en cuando ataca.

Y lo más importante: plantean el ascenso mañanero a la montaña, no como simple recreación o deporte sino como componente de salud pública. Reemplazaría a neumólogos, especialistas en metabolismo, siquiatras, cardiólogos, cirujanos plásticos, entrenadores de gimnasios en vitrina.

Los espléndidos cerros de la capital están cruzados de arriba abajo por decenas de senderos similares a La Vieja. Si varios se abrieran a los tenis y botas de los excursionistas, aprovechando la experiencia de esta quebrada, Bogotá quedaría 500 metros adicionales más cerca de las estrellas.

arturoguerreror@gmail.com

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