Mientras insiste ante el papa y el rey de España para que pidan perdón por los abusos cometidos en América hace 500 años, por la Iglesia y la Corona, el presidente de México guarda silencio ante la bofetada que significa el simple anuncio sobre la construcción del muro de Trump en su frontera con los gringos.
La afirmación del presidente mexicano guarda altas dosis de populismo. De acuerdo: la conquista española trajo violencia, pero la afirmación se hace como si toda la población precolombina fuera pacífica. También trajo la visión de la modernidad más “civilizada” de Europa, mucho más que las de Hobbes y de Bodino, tan llenas de autoritarismo. En la América hispana los conquistadores cometieron abusos, pero otros se integraron con los indígenas para dar origen al mestizaje. En la América inglesa, los colonos, unidos entre sí por razones de origen y vocación de riqueza, se asentaron con sus familias. Abusaron, por supuesto, y no se integraron con los aborígenes. Por el contrario, los aniquilaron.
El mundo anglosajón fue trasladado, casi intacto, a la América del Norte. Allí floreció la misma Europa que sus colonos trajeron. En América del Sur nació un mundo nuevo, en torno a una nueva cultura. Aquí no renació la Europa que los conquistadores trajeron. En su equipaje llegaron instituciones que también se integraron con las vernáculas. El viejo municipio castellano, por ejemplo, se fusionó con el viejo clan de los indígenas. Así surgieron los cabildos coloniales, tan útiles en la independencia, que constituyen la esencia de la democracia local.
Las corporaciones, los fueros territoriales, los cabildos eran omnipresentes en la Edad Media ibérica. La Carta Magna leonesa, de 1188, es la raíz del principio de la representación y el testimonio más antiguo de la institución parlamentaria en Europa. Por la misma época, los aragoneses juraban lealtad a sus reyes, sólo si se sujetaban al derecho. Pero esa historia fue excluida de los relatos oficiales de la modernidad y, en lugar de las luces de la Escuela de Salamanca, las potencias emergentes escribieron una historia de España falsificada y oscura, conocida como la “leyenda negra”.
Pero ahí está el testimonio de los cronistas sobre ingleses, franceses, holandeses, en general sobre la Europa moderna, cuyo espíritu excluyente está marcado por la barbarie. Dos obras icónicas, El corazón de las tinieblas del escritor Joseph Conrad y El sueño del celta de Mario Vargas Llosa, muestran, sin encubrir, la arbitrariedad, las mutilaciones y torturas de los colonialistas ingleses en África y las atrocidades de los belgas en el Congo. Esto no ocurrió solo hace 500 años. También en los siglos XIX y XX.
Hoy lo hispano comienza en los Pirineos y termina en la Patagonia, o al revés. Enlaza a Manco Cápac con Don Pelayo y a Cervantes con Gabo. Por desgracia la modernidad le está impidiendo a la América hispana construir un nuevo relato de su historia. Ese es un problema de autonomía, pero también de imaginación. La primera es un desafío que es preciso resolver. La segunda tiene, en esta América, la más rica veta del mundo.
* Presidente de la Academia Colombiana de Jurisprudencia.