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En Colombia nos acostumbramos a mirar la independencia como un suceso bélico, guerrero, heroico. Incluso desconocemos perfiles del acontecimiento respectivo o desvirtuamos algunas de sus verdaderas connotaciones. El 20 de julio es el ejemplo apodíctico. Ese día de 1810, se convocó en Santafé un cabildo abierto, en medio de múltiples reclamos de los criollos, a los cuales se sumaba buena parte de la población capitalina. El cabildo era una antigua institución castellana traída por los conquistadores, en cuyo seno dialogaban los granadinos de todas las clases y sectores sobre cuestiones de interés local. Probablemente, el cabildo fue la institución más legítima del período colonial.
Entre 1809 y 1811 se sucedieron movilizaciones sociales y distintas convocatorias a cabildos abiertos. La primera tuvo lugar en Chuquisaca, en la actual Bolivia, luego en Quito, después en Santafé y en Caracas, pero también las hubo en otras ciudades de América del Sur. Todas ellas tuvieron una connotación eminentemente civil y una inspiración por completo local. Sus protagonistas fueron letrados, juristas, eclesiásticos, científicos. Ninguna declaró la independencia de España, pero en todas hubo críticas y respaldos: las primeras a las autoridades coloniales por sus medidas discriminatorias, y los segundos al rey de España, quien había sido apresado por Napoleón. Por ahí pasa el sentido de una conocida frase: ¡Viva el rey, muera el mal gobierno!
El apresamiento del monarca se produjo en 1808 y tuvo unos desarrollos muy españoles: cuando el rey no puede gobernar, su poder vuelve a manos del pueblo, que es su verdadero titular, para que éste lo ejerza mientras aquel puede asumirlo de nuevo. La tesis nació en el medioevo ibérico y fue luego proyectada sobre el pensamiento moderno por la Escuela de Salamanca. Con su rey prisionero, España y sus colonias procedieron a designar sus Juntas de Gobierno. En Santafé, el cabildo designó la suya y le formuló una solicitud sin precedentes en Iberoamérica: redactar una constitución que “afiance la felicidad pública”.
Hablar de documentos constitucionales en 1810 significaba una revolución gigantesca. Suponía establecer un control institucional sobre el poder, en medio de los absolutismos. La constitución entró en vigencia en 1811 y, con ella, la ‘Primera República’ que, injustamente, denominaron algunos ‘patria boba’. Así nació Colombia y, por eso, el 20 de julio se escogió, años más tarde, como día simbólico de su independencia. Pero el 20 de julio no hubo enfrentamientos armados, ni derramamiento de sangre, ni comportamientos homéricos. Hubo protesta social y ejercicio del pensamiento. Los granadinos no plantearon la independencia, porque su vocación era aún tan española como la de quienes vivían en la metrópoli. Pero el 20 de julio, acordaron redactar la primera constitución que conoció la América hispana.
El 20 de julio no es un día para conmemorar con muestras blindadas, ni con desfiles militares, ni con exhibiciones de fuerza. Es un día para evocar con homenajes a la inteligencia, con mensajes pedagógicos, con muestras de civilidad y de respeto por el derecho. Si lo que se quiere rememorar es la guerra, habría que celebrar el 7 de agosto. Pero esa es otra historia.
