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La política de Biden supuso el regreso de los Estados Unidos a compromisos internacionales que su antecesor se abstuvo de honrar. No sin razones, en distintos sitios del planeta, la cascada de errores de Trump fue calificada como una barbaridad. Pero Trump fue solo el antecedente: la crisis actual es de tales dimensiones que ha despertado grandes sobresaltos globales. “Estoy aquí para hacer sonar la alarma”, dijo el secretario de la ONU, António Guterres, en la asamblea general de hace una semana al poner de presente que “avanzamos en la dirección equivocada y estamos al borde del abismo”.
Impotente, Guterres denunció el estado moral en el que se encuentra el mundo: “La solidaridad brilla por su ausencia justo cuando más la necesitamos. Por un lado, vemos que se han desarrollado vacunas en tiempo récord: toda una victoria de la ciencia y el ingenio humano. Por el otro, vemos cómo ese triunfo queda anulado por la tragedia que implican la falta de voluntad política, el egoísmo y la desconfianza. Excedente en algunos países. Estanterías vacías en otros. La mayoría del mundo más rico ya está vacunada. Pero más del 90% de la población africana todavía espera su primera dosis. Esto es una obscenidad”.
Hace algunos días El País de Madrid publicó una nota editorial cuyo título tomé prestado para esta columna. En ella, el diario ibérico señala “los alarmantes diagnósticos sobre la incapacidad de los gobiernos para limitar las emisiones a la atmósfera y asegurar que la temperatura del planeta no aumente más allá de 2 °C en 2050”. Ese es otro fracaso de la gobernanza actual. Y como si fueran pocos los conflictos, aparece “la creciente polarización entre Estados Unidos y China, en un clima de incipiente guerra fría, para dibujar un estado del mundo digno de la más severa condena moral”.
El secretario general de la ONU insiste en que nos encontramos ante la mayor avalancha de crisis de toda nuestra vida. “La oleada de desconfianza e información errónea polariza a los pueblos y paraliza a las sociedades. Están en juego los derechos humanos. Se pone la ciencia en entredicho. Los salvavidas económicos para los más vulnerables son demasiado exiguos y llegan demasiado tarde, si es que llegan. Tal vez baste una imagen para ilustrar la época que vivimos: la imagen que nos ha llegado de algunos lugares del mundo, donde se ven vacunas contra el COVID-19 en la basura, caducadas y sin usar”.
El desgobierno en el mundo puede ser, al mismo tiempo, causa y consecuencia de semejante deterioro físico y moral. La dirigencia del primer mundo está invadida por la insensibilidad; la del segundo, por la incertidumbre y la del tercero, por la mediocridad. Y, claro, el ciudadano común, por la desesperanza. Mientras tanto el mundo avanza hacia ninguna parte. Sus jefes de Estado actúan nacionalmente y manejan mal instituciones que siguen siendo nacionales o, como la ONU o la OEA, internacionales. Pero el planeta es, cada día, menos nacional y más global. Las instituciones nacionales se están volviendo poco útiles. No estamos frente a un cambio sino frente a una metamorfosis universal. En ese desajuste cualquier cosa es posible. Sobre todo si afecta la calidad de vida y esta se vuelve confusa, problemática, explosiva. Con razón escribió Ulrick Beck, hace poco más de un lustro, que “el problema de la metamorfosis de la desigualdad es la cuestión del futuro”.
