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¿Gabo estaba en lo cierto?

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Augusto Trujillo Muñoz
30 de agosto de 2024 - 05:00 a. m.
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Dos exministros de la misma cartera, pero de gobiernos y tiempos distintos, expresaron preocupaciones semejantes el lunes anterior, en sus respectivas columnas de prensa: Juan Lozano en El Tiempo y Catalina Velasco en El Espectador escribieron sobre la elección del 2026, aunque en tonos sensiblemente distintos. El primero se atrinchera para disparar, la segunda se acomoda para pensar. Juan es soldado de una guerra en la cual resulta urgente abatir al enemigo; Catalina es promotora de la idea de construir un partido único para el ejercicio exitoso de una política.

Catalina plantea sus tesis reposadamente. Está pensando en el triunfo de sus banderas, pero no tiene enemigos: solo pretende ganar las elecciones sobre sus adversarios. La columna de Juan es agresiva desde su título. No induce al diálogo sino a la confrontación y lo hace privilegiando las pasiones sobre las reflexiones. Pide defender con ardentía tres pilares: La separación de poderes, el reconocimiento de Colombia como un país de regiones y el del sector privado como motor de la prosperidad. Es curioso, porque ninguno de esos tres pilares está amenazado en Colombia. Al revés: cuando alguno de los tres poderes se refiere a críticas de ciertos medios de comunicación, estos porfían e invocan una solidaridad de cuerpo que parece consultar más los intereses de sus dueños que los del país en su conjunto. Es una lástima que se esté marchitando la que fue vigorosa planta de la independencia periodística sembrada por los Cano, los Santos, los Gómez, en tiempos de las hegemonías políticas.

La diferencia entre un tono agresivo y uno neutro determina resultados en el ejercicio de la actividad pública. La política es el sustituto de la guerra, pero aquí parece ser su antesala. Estoy por creer que García Márquez estaba en lo cierto cuando emitió su célebre juicio para la revista Time por los años noventa: “Lo único realmente nuevo que podría intentarse para salvar la humanidad en el siglo XXI es que las mujeres asuman el manejo del mundo (…) la humanidad está condenada a desaparecer (…) [y] el poder masculino ha demostrado que no podrá impedirlo”. Colombia podría colapsar antes de las previsiones de Gabo, porque los varones hemos hecho de la incapacidad para dialogar una virtud, de la exclusión una costumbre y del mundo binario una realidad asordinante de las voces reconciliadoras y de la necesidad de mínimos consensos.

El texto de Gabo es categórico: “No creo que un sexo sea superior o inferior al otro, creo que son distintos, con distancias biológicas insalvables, pero la hegemonía masculina ha malbaratado una oportunidad de diez mil años”. Sería, dice, la primera vez en la historia “que una mutación haga prevalecer el sentido común que los hombres hemos menospreciado y ridiculizado con el nombre de intuición femenina sobre la razón que es el comodín con que los hombres hemos legitimado nuestras ideologías, casi todas absurdas y abominables”. Viendo lo que sucede, oyendo lo que se dice y leyendo lo que se escribe, piensa uno que Gabo estaba en lo cierto.

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