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La Constitución del 91 mostró un horizonte lenitivo y esperanzador, mientras los dirigentes se solazaban hablando de la nueva “hoja de ruta” y los ciudadanos confiaban en el nacimiento de un “nuevo país”. Ambas cosas duraron poco. La nueva hoja de ruta comenzó a ser objeto de contrarreformas. Allí donde no se han producido, es frecuente ver que los avances de la Carta se desarrollan en forma restrictiva tanto por la ley como por la jurisprudencia.
Salvo en el tema de la garantía de los derechos, en el cual hay resultados positivos y de mucha significación, las leyes y la jurisprudencia relacionadas con las instituciones nuevas del 91 han sido regresivas o de resultados nugatorios. Desde ese punto de vista, Colombia se ancló en el mismo pasado que la Constitución quiso superar. En el siglo XXI, el país se recentralizó, se represidencializó y se reclientelizó, a contrapelo de lo que quiso la Carta. De hecho, cuando asiste, hoy, a las elecciones del año 2022, está aún más prisionero de la violencia, de la corruptela y del clientelismo, que cuando asistió al proceso constituyente del año 1991.
Incluso se volvió mucho más frívolo. El candidato ganador del año 90 fue César Gaviria quien, curiosamente, sobrepasó a candidatos de la dimensión de Álvaro Gómez y Rodrigo Lloreda. Pero terminó recogiendo el inmenso prestigio de Luis Carlos Galán. En cualquier caso, los candidatos de entonces tenían cierto peso específico autónomo, carrera política propia, alguna dimensión dirigente. Pero, después del éxito de la candidatura Duque, resultó fácil promover candidatos menores, por encima de figuras de primer orden.
Hoy improvisan coaliciones con candidatos como un señor Alex Char, un señor Fico, un señor Alejandro Gaviria. Al primero le pesa tanto el acumulado de corrupción y clientelismo, que ha debido tener el decoro de dar un paso al lado. Del último no es claro si es la ingenuidad o la malevolencia lo que lo lleva a jugar con dados cargados de clientelismo frente a sus compañeros de colación. Esas trampas rompen la vía de quienes, como Juan Carlos Echeverry, Jorge Enrique Robledo, Juan Manuel Galán, ofrecen idoneidad y transparencia.
El país tiene figuras como Humberto de la Calle, Juan Camilo Restrepo, Jaime Castro, Antonio Navarro, Alfonso Gómez, Carlos Rodado. Ningún candidato de ese estilo improvisa en la toma de decisiones o en el nombramiento de ministros que, como ha ocurrido, deban rectificar decisiones o declaraciones. Para ser presidente de Colombia se exige prudencia, conocimientos, imaginación, tolerancia. Pero también capacidad de diálogo, de convocatoria, de persuasión sobre los múltiples sectores que, con intereses tan diversos y contradictorios como legítimos, conforman una sociedad compleja y plural como la nuestra.
Mauricio Cárdenas dice que la inversión extranjera en empresas colombianas está disparada. Al parecer los extranjeros son más optimistas que nosotros frente a la actual coyuntura del país. Eso puede ser porque en política se prefiere decir lo que suene bien, por encima de lo que toca. Pero es un hecho y habrá que reparar en su alcance y en su significado. Razón de más para pensar que el candidato presidencial no sea cualquiera. Es clave su pensamiento, su honradez intelectual, su responsabilidad política. Juan Manuel Galán, da esa medida.
