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Unión Europea y América Ibérica


Augusto Trujillo Muñoz

14 de junio de 2024 - 12:00 a. m.

En los últimos años la Unión Europea (UE) se ha burocratizado un poco y, tal vez por eso mismo, registra una serie de altibajos con más bajos que altos. Pero sigue siendo un ejemplo de evolución institucional y, a pesar de la guerra ucraniana, un baluarte para la paz global. Este siglo XXI no ha sido afortunado en materia de convivencia. El regreso a un bilateralismo con ejes en Estados Unidos y China desdibuja el optimismo democrático que trajo el colapso del socialismo real y el aparente surgimiento de una multilateralidad tranquilizadora.

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Cada día que pasa Estados Unidos deja de ser el líder del mundo democrático, por varias razones. En primer lugar, porque el mundo es cada día menos democrático y, ciertamente, la sociedad norteamericana nunca ha sido auténticamente democrática. En segundo término, porque desde Reagan y Thatcher los anglosajones volvieron a forzar la adopción de políticas que privilegian la crematística sobre el desarrollo y hacen crecer descomunalmente tanto la riqueza como la desigualdad. En tercer lugar, porque en el entorno gringo se nutren la doctrina Monroe, la teoría del destino manifiesto y los populismos que, a la manera de Trump, invocan la ley para despreciar el derecho o en nombre del derecho invocan la guerra.

Para el mundo y, en concreto, para Iberoamérica es vital una presencia activa de la UE como fuerza capaz de comprometerse en favor de la convivencia planetaria. Una Europa más vital puede garantizar que los equilibrios globales no perezcan en medio de estas enconadas luchas de poder en que se convirtió, otra vez, la política. Europa conoce la guerra como ninguna otra región del mundo. Padeció sus dramas, sus tragedias, sus catástrofes y finalmente se obligó no solo a revisar los que fueron desarrollos de su propia historia, sino a presentarse como protagonista de un nuevo acontecer universal.

El mundo necesita una Europa renovada, autónoma y capaz de asumir posiciones que ayuden a despejar el horizonte universal. Pero ciertas políticas nacionales en algunos de sus países y, sobre todo, unos políticos subnacionales que ascienden al protagonismo nacional están conspirando contra las grandes potencialidades de la UE. Cometen el inmenso error de utilizar a Europa para ganar votos en sus países, con lo cual distorsionan el sentido pleno de la UE. Europa no está para tramitar los pleitos menores de cada uno de sus miembros. Es un espacio plural, abierto, multicolor, desde el cual cada uno de los 27 ha de mirar el pasado y construir su porvenir común con el mismo sentido de solidaridad democrática que animó a sus fundadores.

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Europa, por la vía de España y Portugal, se vuelve un aliado de América Ibérica en estos tiempos. Su marcha a varias velocidades y el segundo mundo de su mapa oriental la aproximan a Iberoamérica. Ojalá el resultado electoral del domingo anterior no signifique revertir avances históricos ni volver a nacionalismos hirsutos que aplauden la exclusión migratoria y la indiferencia frente al cambio climático. Lo que Europa necesita es desarrollar los sectores de última generación. El resto lo tiene, porque es la región del bienestar social por excelencia.

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