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A dejar el rencor

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Aura Lucía Mera
29 de diciembre de 2015 - 02:00 a. m.
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29 de diciembre, otro año que se va como una hoja al viento.

Como ciudadana del montón, lo único que deseo es que los partidos y repartidos políticos dejen de agarrarse como Caín y Abel y piensen en Colombia; dejen los rencores, las ambiciones personales, las ganas de cuotas de poder. Ese deseo irracional de figurar en las repartijas burocráticas y considerar enemigo al que piensa diferente.

Repaso el libro de Claudia Palacios... Colombia, el pueblo, víctimas y victimarios que han sufrido en carne propia las heridas de esta guerra demencial y sin sentido, es la inmensa mayoría que desea la paz; esa inmensa mayoría que heredó una violencia partidista, que nació viendo la sangre de sus familiares, y que por circunstancias creció en las entrañas del odio, el maltrato el desarraigo y siguió el único camino que conocía ya no quiere vivirlo más.

No importa si se unieron a las filas guerrilleras o al Ejército o al paramilitarismo. Ya miles de ellos se han dado cuenta que existen otras opciones; se han mirado frente a frente “con el enemigo” y se han dado cuenta que el “enemigo” no existe, que fue un invento macabro; político. Se han dado la mano y nos están dando ejemplo de perdón.

El pasado puede ser un cheque cancelado si cada uno de nosotros ponemos nuestro grano de arena. No existe un solo colombiano que esté libre de culpa. Ninguno. Así muchos de nosotros jamás hayamos empuñado un arma. Como dice el antiguo catecismo Astete: “Todos hemos pecado por palabra, obra u omisión”. Desde las respetables y aconductadas matronas de nuestra sociedad, como rezan las esquelas fúnebres, hasta el asocial agazapado en la maleza. Altos jerarcas, próceres, respetables empresarios, damas de la caridad, monjitas, poetas, intelectuales, vendedores de baratijas y joyeros, senadores presentes y pasados, alcaldes, gobernadores, estudiantes, doctores de la ley y del cuerpo... aquí no se salva nadie desde hace muchas generaciones.

Así que todos en la cama o todos en el suelo; o todos jugamos a Pilatos y nos tratamos de lavar las manos, o todos nos vemos el mugre que tenemos pegado en el alma y lo empezamos a limpiar con acciones, empezando por los políticos, los medios de comunicacion y los que se alimentan del rencor.

Aquí no existen buenos ni malos. Todos somos colombianos y tenemos la obligación de dejarles a nuestros hijos una Colombia más digna, más equitativa, más justa, menos corrupta, más solidaria, más amable y más unida.

Está en nuestras manos. No está en La Habana, sino en cada uno de nuestros corazones. Y lo podemos lograr. ¡No podemos ser inferiores a nuestra responsabilidad!

Feliz Año Nuevo en todos los sentidos. ¡A perdonarnos, para poder perdonar!

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