Publicidad

¿A quién le importa?

Sigue a El Espectador en Discover: los temas que te gustan, directo y al instante.
Aura Lucía Mera
14 de junio de 2016 - 02:00 a. m.
Resume e infórmame rápido

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

Todos sabemos que las cárceles colombianas son campos de concentración en los que permanecen hacinados miles y miles de seres en condiciones infrahumanas, donde se les violan todos sus derechos humanos, fisiológicos, emocionales, mentales, nutricionales, recreacionales, sexuales, intelectuales, espirituales, elementales.

¿A quién le importa? A nadie. Todos los gobiernos centrales, departamentales, municipales, desde que tengo uso de razón, han pasado de agache. Los años pasan, los presos aumentan en número y la indiferencia permanece intacta, como el rayo del sol por el cristal, sin romperse ni mancharse.

Recuerdo en Cali, cuando se inauguró con bombos y platillos la cárcel de Villanueva, actualmente llamada Vista Hermosa (ironía cruel). Desde el primer día de funcionamiento se constató que quedó mal construida. Un negociado tenebroso que jamás se denunció. Y así la mayoría.

Entrar a una cárcel en Colombia es entrar al infierno sin billete de regreso. Los hombres que ingresan se van convirtiendo paulatinamente, día tras día, mes tras mes, año tras año, en fieras enjauladas, sucias, amontonadas como deshechos, o van enloqueciendo, desapareciendo como fantasmas errantes que no pertenecen a nada ni a nadie.

La mayoría es gente humilde. Muchas veces empujada a delinquir por la misma sociedad que les niega oportunidades y los ignora. Nunca existieron y nunca existirán. Desnutrición, enfermedades, promiscuidad, drogadicción, abusos sexuales, asesinatos, desapariciones, torturas, chantajes, celdas inmundas, carencia de servicios sanitarios, extorsiones de los guardias...

Curiosamente, los ladrones de cuello blanco, las ratas de estratos altos, los políticos corruptos que saquean al Estado, son los que reciben todos los privilegios. Los pobres que se mueran; no sirven, huelen feo, se les caen los dientes, sobran.

Miramos conmocionados ataques terroristas en otros países. Nos rasgamos las vestiduras por conflictos foráneos, pero dejamos enloquecer y malvivir a miles de colombianos atrapados entre barrotes nauseabundos sin que se nos arrugue la corbata o el maquillaje. A lo sumo leemos de paso la noticia carcelaria y pasamos rápido a las páginas de farándula o de fútbol.

El Bronx escandaliza. Vamos a ver cuánto dura la preocupación por esos antros, pero nuestras cárceles hieden a podredumbre y vergüenza, a crimen y olvido desde hace décadas.

¿A quién le importa? A nadie. Que se mueran los presos del común. Los paramilitares, los narcos, los poderosos, los políticos, los de billete y estratos altos son los únicos que tienen derecho a estar “encanados” con todos los privilegios.

Colombia crea, alimenta, produce sus propios monstruos y luego sus dirigentes, desde épocas inmemoriales, se lavan las manos y los abandonan. Creo que si sumamos todos los presos desde el inicio de las cárceles, en Colombia se ha perpetrado un genocidio gota a gota, imparable y oculto.

Epidemias de viruela, sífilis, tuberculosis, neumonía, cáncer, carencia de fármacos, nula atención médica o sicológica. Repito. Genocidio gota a gota, sin que a nadie le importe.

Las mujeres detenidas reciben mejor trato. Conozco algunas y, por ejemplo, el pabellón de mujeres de la cárcel de Jamundí en el Valle es un ejemplo de dignidad y buen trato a sus reclusas. O sea que sí se puede. Falta voluntad política. ¿De cuál paz hablamos? La realidad es que los pobres jamás han tenido dolientes. ¡Que se pudran!

Conoce más

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscríbete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.