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A veces me pregunto qué hicimos los colombianos para merecernos a un presidente tan mediocre y peligroso como Gustavo Petro. ¿Por qué caímos tan bajo, teniendo el país a personas serias y capacitadas para gobernar? ¿Cómo terminamos en la segunda vuelta con dos personajes tan grises, que muchos votaron por uno u otro no porque estuviesen convencidos de sus competencias, sino porque les parecía peor la otra opción?
Cuando creía haberlo visto todo de quien mora en el Palacio de Nariño, recibo por redes un video en el que, arrastrando la lengua en un discurso inconexo e impregnado de hiel, atinó a decir que “Bolívar había resucitado entre nosotros” y que se trataba de un fenómeno que “ocurría cada 200 años”. Resucitado en él y en los jóvenes encarcelados de la Primera Línea, “violados sexualmente” por un Estado que les “dispara a los ojos”.
Si lo anterior fuese normal, que no lo es, también se despachó contra “las periodistas del poder”, a las que tildó de “muñecas de la mafia” por cuestionar el vandalismo en las movilizaciones. Los entendidos en política dicen que se trató de un varillazo con nombre propio; no lo sé. Lo que sí sé es que evidencia su intolerancia a la crítica, el desprecio por las mujeres y la confusión de su mente, pues una cosa es la protesta pacífica y otra la violenta.
Más allá de la discusión sobre su gobierno, que campea como uno de los peores de la historia, vuelvo a la pregunta del inicio: ¿cómo caímos tan bajo? Y lo pregunto porque nos puede volver a pasar, con uno de izquierda, centro o derecha. Porque el que diga que estaríamos muy bien con el “ingeniero” de presidente, miente. De pronto no habría destruido el sistema de salud ni a Ecopetrol, pero no era la mata de la cordura, ni tampoco de la honestidad.
Miro hacia atrás y me pregunto por qué no fue posible impulsar una candidatura decente de centro, si había unos buenos. ¿Cómo una persona de los quilates de Humberto de la Calle no ha sido presidente? Algunos no lo pueden ver ni en pintura, pues dicen que les entregó el país a las FARC, lo cual no es cierto. Pero, al margen de los amores y odios, no creo que nadie pueda endilgarle un delito. Y así como él hay varios, lejos de los extremos, pero no lo logran.
No lo logran porque la envidia y los celos los carcomen. Prefieren que el país se hunda, que terminemos en Petros y Hernández, con tal de no ver surgir a otros. Eso pasó en la última elección: poco a poco la opción de centro se pulverizó, cuando el país más la necesitaba; luego de un gobierno bastante regular tirando a malo, y ante la perspectiva de un giro a la izquierda innecesario. Se destruyeron los unos a los otros antes de llegar al partidor.
Necesitaría memoria de elefante para recordar los nombres de todos los que tienen aspiración presidencial. Ahora resulta que cualquiera se siente no solo capacitado, sino escogido por la Providencia para gobernar al país. Tan bajo caímos, y tan bajo han caído la institución presidencial y la dignidad del cargo. Por eso no me hago ilusiones, porque en el mundo de los ciegos el tuerto es rey, y se reproducen como ratas, las ratas que quieren el poder.
Que al llegar la parca nos encuentre confesados, pues mientras proliferen políticos que crean en la resurrección de Bolívar y se refieran a las mujeres periodistas como muñecas de la mafia, o políticos que se creen ungidos para gobernar, no habrá salvación.
