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Ahora y en la hora

Aura Lucía Mera

23 de septiembre de 2025 - 12:05 a. m.
“‘Ahora y en la hora’, título del desgarrador libro de Héctor Abad Faciolince”: Aura Lucía Mera.
Foto: Archivo Particular

Leo y releo. Su oído derecho lo impulsó a cambiarse en la Ria Pizza. En la cabecera estaba Sergio Jaramillo; lo quería escuchar bien. Los demás se corrieron de puesto. Se trataba de una comida rápida. Había toque de queda y tenían que estar resguardados en media hora.

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De repente, la explosión. Un misil ruso con seiscientos kilos de explosivos cayó encima del restaurante. Trece muertos, comensales heridos. Platos y cubiertos bañados en sangre. Trozos de metal retorcido mezclados con la comida. Vidrios rotos, esquirlas. En su mesa, Catalina Gómez, periodista colombiana; Dimas, el guía conductor; y Victoria Amelina, escritora ucraniana que en sus 37 años ya había ganado varios premios literarios, investigadora de crímenes de guerra, traductora, novelista. Única víctima. Había ocupado su puesto en la mesa.

“Mi oído defectuoso me salvo de morir en Kramatorsk. Hay otra forma de verlo: mis ganas de oír me salvaron de morir en Ucrania”.

Ahora y en la hora, título del desgarrador libro de Héctor Abad Faciolince, en el que narra cómo viajó a Ucrania invitado a la Feria del libro y termina visitando a regañadientes esa ciudad en pleno combate. Sobrevive al misil, pero su vida cambia para siempre.

Sentir la culpa por haber cambiado de asiento y quedar vivo. Sentir la alegría de estar vivo. Ver a Victoria Amelina rígida, su cabeza en el respaldar del sofá blanco teñido de rojo; inmóvil, pero con señales de vida todavía.

Levantarse aturdido, verse empegotado de barro y manchas rojas, humo, salir desorientado, ser detenido como sospechoso e interrogado, llamar a su mujer y sus hijos para decirles que estaba vivo, sin entender muy bien nada.

Su diálogo con José Zuleta en el Festival Oiga Mire Lea de Cali fue filudo como un bisturí que entra y taja sin anestesia. Doloroso. Sus cicatrices emocionales no sanarán jamás. Se le escucha conmovido, partido para siempre como el rayo que partió para siempre a Miguel Hernández, ese poeta inmortal asesinado por maltratos.

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“Después de regresar de ese viaje, en mi cabeza se ha instalado la obsesión permanente, no tanto por esas escenas vividas, sino por algo abstracto e inexistente, por la muerte y por motivos y cadenas de razonamientos que inventan explicar por qué yo no he muerto, por qué en la misma situación extrema algunos mueren y otros no (…) Algunos salen heridos y otros incólumes, indemnes, intactos. ¿Cuál de esas tres palabras describe menor el hecho de que yo, el más viejo de todos, hubiera salido con apenas un rasguño del infierno?”.

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