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Siempre que vengo a Bogotá me encuentro con Miguel Bettin. Lo conocí a finales del 91, en mi peor momento de consumo de alcohol y cocaína. Paraba y recaía. Se me había esfumado la recuperación que logré en Fort Lauderdale. En fin, ingresé a Pida Ayuda vuelta un trapo, llena de ira. Me escapé. Volví a ingresar. Mes y medio de terapias, introspección, confrontaciones. El director era Miguel.
Posteriormente entré a trabajar con él y formar parte del equipo terapéutico. Siete años de felicidad y compromiso absolutos, ayudando a otros adictos en su proceso de salir del infierno y encontrarse a sí mismos.
Pida Ayuda cambió su razón social y se llamó Fundación CreSer. Miguel fue su fundador y continúa como director científico en adicciones. Hizo una maestría en la Universidad de Barcelona y un doctorado en la Universidad Complutense de Madrid. Condecorado con el Premio Reina Sofía de Lucha contra las Drogas y galardonado con el Premio Nacional de Psicología por el Colegio Colombiano de Psicólogos, el Congreso de la República le otorgó la Orden de Gran Caballero. Experto en psicobiosociología de las violencias y agresiones.
Durante la alcaldía de Luis Eduardo Garzón creó un programa revolucionario en adicciones llamado Vivir ConSentido, modelo para varios países. Desafortunadamente durante la alcaldía de Moreno se suspendió y cuando llegó Gustavo Petro se archivó definitivamente, dejando a la deriva esta enfermedad primaria y mortal del consumo de drogas, disparado nuevamente y sin control (no logro entender la adhesión de Garzón a Petro).
Leo en la revista Cambio un artículo de Bettin sobre el suicidio. Quedo impactada por esta realidad ignorada y subestimada que pasa casi inadvertida. Me estremezco. Me robo algunas de las frases publicadas en Cambio (sé que a Patricia Lara no le molestará), porque quiero que lleguen al lector que todavía no está suscrito a este medio digital serio e independiente.
Abro comillas: “Los muertos por suicidios en el mundo son muchos más que los causados por las guerras y los homicidios. Más de 800.000 personas, la mayoría jóvenes entre los 15 y 29 años, se suicidan anualmente, una cada 40 segundos”.
“Las familias en las que ocurre un suicidio muchas veces no logran sobreponerse. El suicida sigue «viviendo» entre ellos a manera de «miembro fantasma» que perpetúa el dolor y la melancolía. Cada suicida afecta en forma grave, en promedio, a seis personas de su círculo próximo”.
“El suicidio masivo ataca la sociedad y a sus gobiernos por su incapacidad de brindar bienestar a los ciudadanos y de atender a tiempo sus problemas de salud mental”.
“Colombia no es ajena a esa problemática, un país que lleva más de 70 años de guerra dejando a su paso a miles de jóvenes tristes, ansiosos, llenos de temores, rencores, frustraciones y desesperanza. El año pasado hubo 2.962 suicidios, la mayor cantidad en la historia de nuestro país, y las cifras pueden ser mayores, porque muchos decesos los toman como accidentes o no se reportan”.
“No son solo razones psicopatológicas, se puede decir que es «el espíritu de nuestros tiempos», una sociedad consumista, frívola, egocéntrica, que presiona constantemente a los jóvenes a través de influencers digitales, también ellos víctimas de esa noria loca de las posverdades”.
“Los intentos de suicidio son mayores que los que logran su objetivo. Lo intentan porque están rebosados por el dolor psíquico, el sufrimiento y la desesperanza”.
“El suicida no quiere dejar de vivir. Quiere dejar de sufrir”.
Hasta aquí Miguel Bettin. Su artículo debería ser leído por todos los profesionales de la salud, los padres de familia, los ministros y secretarios de turno, para llevar a cabo una arremetida contra esta tragedia. Sé del tema, porque viví en carne propia el suicidio de mi segundo marido y jamás percibí las señales de alarma que me anunciaban a gritos silenciosos su trágico final.
Estemos alertas, cualquier cambio de conducta, estado de ánimo, apetito o socialización puede ser señal de una depresión profunda que genere un final devastador.
