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DESPUÉS DE ESTOS DÍAS DEDICADA a los “alimentos terrestres”, parodiando a André Gide, a la torta de pastores, a los buñuelos, natillas, panettones, pandebonos, helados, pavos rellenos, toros, festejos, me pienso dedicar a alimentar así sea en forma ligera, ya que no digiero nada pesado en enero, el espíritu.
Buen comienzo el Hay Festival en Cartagena, que ya no me lo pierdo por nada del mundo. Tengo entendido que irán Los versos satánicos de Rushdie... espero que no se cuele un fanático islámico a perseguirlo. Juanes y Bosé también hablaron de literatura. Me parece válido. Literatura es todo lo que se puede asimilar y leer, ya sea en canto, prosa o poesía. La vida misma es la gran novela que todos llevamos dentro. Recuerdo a “mamama”, frenética lectora, que me repetía siempre, “los seres humanos son como libros, sólo hay que saberlos leer”.
Ya me devoré El amanecer de un marido de Héctor Abad Faciolince, que nos lleva in crescendo a través de sus cuentos sobre lo que significa todo eso que se llama convivencia, con sus dramas, sus frustraciones, sus expectativas muchas veces no cumplidas y sus picardías. También Proyecto Piel de Julio César Londoño, palmirano como mis antepasados, que cada vez me sorprende más con su prosa limpia, sus descubrimientos particulares y su imaginación infinita. Otro que me cautivó, no sé si tenga mucha venta en Colombia, pues se trata de un periodista y escritor ecuatoriano, Francisco Pájaro Febres Cordero, titulado Soy el que pude, en el que le narra su infancia y le cuenta el recorrido por su vida a su nieto Tadeo. Sin alharacas ni trombones, nos lleva de la mano por ese Quito de los años cincuenta, las casonas de vieja prosapia, las costumbres, con “el coraje y desenfado de quien reta al olvido”, como describe la contracarátula del libro. Sobre todo me llamó poderosamente la atención la reflexión que lanza sobre el suicidio, la eutanasia, o si se quiere hablar más delicadamente, el derecho a morir dignamente. Transcribo algunos apartes.
“Quisiera preguntar y preguntarme si alguna vez, alguna, a este país lejano llegarán los vientos del respeto a la vida respetando el derecho a la muerte. Quisiera preguntar y preguntarme qué día, qué momento, podré ir a la botica de la esquina y pedir que me vendan la pócima exacta, la precisa, para curarme, en una sola toma, de la vida. Y si me dicen que enseñe la receta, podré mostrar al dependiente mi fatiga, firmada con el puño y letra de mi hastío. Quisiera preguntar y preguntarme si alguna vez, alguna, estaré en el derecho de convocar a los que quiero para celebrar, con una sonrisa que viene de la infancia, con un abrazo fresco como recién salido del cariño, mi despedida. Ofrezco que habrá música. Ofrezco, y sobre todo ofrezco que habrá sombra, la del árbol añoso bajo el cual mis cenizas yacerán y que, en cada floración, les recordará a los míos mi presencia ausente, hasta que venga el estío del olvido, la sequedad, la nada. Hasta que la desmemoria de los vivos me sepulte”.
Todavía no me le mido al premio Nobel ni a los duros de masticar. Los dejaré para manosearlos y empezarlos a desflorar, frase a frase, letra a letra bajo el cielo de enero abanicado por el mar en Cartagena. A veces me pregunto... ¿Qué hacen las personas que no leen?
P.D. No tiene nombre lo que le están montando a Patricia Ariza. Me uno a las voces que repudian semejante atropello.
