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¡Antes se vendía el sofá!

Aura Lucía Mera

26 de febrero de 2019 - 02:20 a. m.

Antes. Y salía más económico. El marido o la mujer cornudos quedaban tranquilos después de salir del mueble donde se consumaba el adulterio, el gustico u otras actividades relacionadas con el apostolado horizontal y el mandamiento divino de “amaos los unos sobre los otros”.

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La vida de la pareja seguía igual… El objeto diabólico se había vendido, tirado por la ventana o regalado. Ya todo estaba consumado, perdonado y olvidado. Sin el cuerpo del delito no hay delito. Punto.

Pero la sociedad progresa. Ahora el alcalde de Medellín, avanzado en tecnología de punta, acérrimo enemigo del narcotráfico, decidió implosionar el edificio Mónaco para acabar con el narcotráfico y borrar en tres minutos de la memoria colectiva de su ciudad el recuerdo de Pablo Escobar. Ya Medellín quedó limpia de polvo y paja. Pablo se fue de repente en átomos volando. Desapareció su historia en la memoria colectiva. Así como desaparecerá el Centro de Memoria Histórica.

Felicitaciones al alcalde paisa. Su ejemplo lo debe seguir toda Colombia, para poder empezar de cero, amándonos, implosionados y vírgenes, sin pasado, porque al implosionar volvemos a nacer sin pecado original.

Implosionemos Bojayá. Mapiripán. El Salado. Las veredas del Naya, la iglesia La María de Cali, el viejo edificio del DAS en Bogotá o lo que quedó de él. Implosionemos todos los hipopótamos de la hacienda Nápoles, las cabañas de Pablo sobre el río La Miel. Puerto Triunfo. La antigua cárcel de La Catedral, de tan alegre y grata recordación. Implosionemos la Posada Alemana con la estatua a Lennon y su llama perpetua. Implosionemos la Cámara de Representantes donde Pablo se sentaba a legislar.

Implosionemos la vieja casona de Laureano Gómez, o la finca La Clarita de Mariano Ospina Pérez, o la carrera Séptima, donde mataron a Gaitán. Implosionemos las casas arzobispales, las parroquias veredales, los colegios de curas, los seminarios o fábricas de pederastia. Implosionemos Tuluá para acabar con la leyenda de los Pájaros. Implosionemos Trujillo, Valle, para que no exista ese olor a masacre paramilitar que no se puede borrar del aire.

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Implosionemos la Cartagena colonial, para borrar todo tufillo a esclavitud, tortura, Inquisición y otras cosillas non sanctas. Implosionemos de una Santa Marta, donde se forjó el imperio de la Santa Marta Gold. Implosionemos Popayán y sus leyes esclavistas y usurpadoras de tierras ancestrales...

Implosionemos nuestro pasado sangriento. Nuestros juzgados corruptos. El Congreso. Lo que implosiona no existe. Quedaremos limpios, como ese ángel que visitó a María y la embarazó como un chorro de luz que pasa por un cristal sin romperlo ni mancharlo.

Borremos a punta de dinamita nuestra historia. Ya no existe narcotráfico, ni violencia ni crímenes atroces. Gracias, alcalde de esa ciudad que ha quedado purificada, impoluta, sin rastros de nada. Implosionó el Mónaco. Usted pasará a la historia como el héroe que acabó con nuestro pasado vergonzoso. ¡Ya somos un país nuevo, libre, sin las vergüenzas al aire! Chapeau!

Posdata. Felicitaciones al cardenal Salazar que puso los puntos sobre las íes y las cartas sobre la mesa en el Vaticano. Ojalá esa Iglesia romana, podrida y soberbia pueda retomar algún día el verdadero mensaje de Jesús de Nazaret, ¡y que las monjitas se unan al #MeToo y empiecen a cantar lo del pajarito adentro! ¡Que se casen los curas, que los homosexuales de sotana salgan del clóset y que los pederastas disfrazados de mensajeros de Dios paguen en la cárcel sus delitos! Al toro por los cuernos. ¡Pan al pan y vino al vino!

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