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Aporofobia

Aura Lucía Mera

22 de julio de 2019 - 02:41 p. m.

Desde hace apenas dos años la Real Academia de la Lengua aprobó la palabra aporofobia. Significa fobia a los pobres. Es considerado un importante primer paso para entender lo que está sucediendo actualmente. Cuando algo tiene nombre, existe. De lo contrario, permanece como algo gaseoso, difícil de identificar.

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La pandemia mundial es ahora el racismo. Un tema que exacerba los ánimos, pone los pelos de punta y nos tiene al borde de una tercera guerra mundial. Tercera y última, pues el planeta entero quedará convertido en átomos volando, como le sucedió al pobre Ricaurte, que pasó a la inmortalidad en nuestro bellísimo himno nacional por encender un cigarrillo cuando cuidaba un polvorín cerca a Villa de Leyva.

Se habla de “racismo”, pero en realidad, como lo afirma la filósofa y catedrática española Adela Cortina, no es el racismo per se, sino la fobia, el rechazo y la estigmatización al extranjero pobre. Al pobre en general. En Colombia los invisibilizamos, nos estorban. Son la carne de cañón del Ejército, la Policía, las guerrillas, los pandilleros, los sicarios, los que hacinan las cárceles, los que dejan abandonados a viejos en las calles para que se mueran, los que no tienen acceso a servicios de salud inmediata, los desnutridos, los sucios, los que huelen a humo y aman la carne y las vísceras de los gallinazos.

Igual sucede a nivel mundial con los inmigrantes, olvidando naturalmente que todos venimos de ancestros nómadas y migrantes. Trump acaba de mandar al carajo a tres mujeres congresistas gritándoles que “se devuelvan para sus países” —olvidando que su mujer es inmigrante—.

Se levanta un muro indigno en la frontera américo-mexicana. Se amenaza a los “ilegales” con hacerles redadas y sacarlos a patadas.

En Italia, un pronazi mediocre que llegó al poder prefiere que se ahoguen frente a sus costas centenares de hombres, mujeres y niños, antes de permitirles entrar a su país. Francia, el antiguo país de la liberté, égalité, fraternité, mira con ojos torvos y con rage au coeur a los oscuros, amarillos, aceitunos que deambulan en los suburbios más pobres de las ciudades. España, país formado por celtas, romanos, ibéricos, moros, judíos, fenicios, construye vallas indignas en sus costas para que los pobres subsaharianos no lleguen a ellas.

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Otro gallo cantaría si, en lugar de las pateras, se acercaran al Mediterráneo yates lujosos, barcos estilo Titanic, con cientos y miles de ricos, cargados de euros. Si los mexicanos fueran los magnates que dirigen el país... si los afros invadieran de diamantes y oro las arcas de EE. UU... si asiáticos, hindús, siberianos e islamistas arribaran cargados de esencias voluptuosas y tesoros... serían recibidos con venias y honores, como sucedió en Puerto Banús, Málaga, paraíso de mafiosos del mundo entero.

Venecia soporta ver destruir su ciudad porque son los turistas ricos que llegan... Lo mismo sucede en Roma, París, Nueva York. Ciudades que aglutinan multitudes de todos los colores, olores y sabores, que dejan sus euros y dólares en restaurantes y teatros.

Son los pobres. Norteamérica rechaza a sus afroamericanos porque descienden de esclavos y no de reyes. Es la aporofobia... porque Dios es el dinero y el que no lo tiene está excluido por la vida misma. No existe. No tiene derecho a sobrevivir, muchísimo menos a triunfar. A ese extremo hemos llegado. Vergonzoso pero cierto.

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Solamente la educación y el cambio de valores podrán reversar esta infamia. Mientras tanto, seguirá girando la ruleta suicida e inhumana.

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P.D. En Cartagena, hace años, la niñera de uno de mis nietos era afrocolombiana. Le ordenaron salirse de la piscina en tono grosero. Les dije que era la hermana de la primera ministra de Cultura afro nombrada por Uribe. Se deshicieron en atenciones, le pidieron disculpas y no volvieron a joder. Así es. Amén.

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