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Miro el atardecer, cómo en ese azul infinito las nubes están siempre en continuo movimiento. De repente un proyecto de cúmulo, cargado y feroz, se desvanece en segundos y se une con un copo casi transparente y frágil, para trazar una línea horizontal que se pega a otra en forma de ballena o pez espada. Busco en ellas perfiles y caras. Encuentro a veces rostros conocidos que me saludan y se van, mientras se insinúa, coqueta, media luna color plata. Sigue la danza... unas mariposas amarillas se alimentan de unas flores rojas, dos aguiluchos revuelan en círculos y de pronto parecen atravesar la barriga de la luna incipiente, una bandada de periquitos bulliciosos busca su refugio... No para. Nada es inmóvil. Nosotros tampoco. Formamos parte del universo. Una especie más que se dedicó a destruirlo.
Recibo un mensaje de William Ospina sobre el Dios en que creía Einstein, el Dios de Spinoza, en una versión bellísima de Anand Dílvar, el escritor mexicano discípulo de Osho, terapeuta Gestalt, profundo en técnicas de meditación indias y filosofía budista. Recuerdo ese atardecer y me identifico totalmente.
Transcribo algunos apartes:
“Deja ya lo que estás rezando dándote golpes de pecho. Lo que quiero que hagas es que salgas al mundo a disfrutar de tu vida. Que goces, que cantes, que te diviertas y que disfrutes de todo.
“Deja ya de ir a esos templos lúgubres, oscuros y fríos que tú mismo construiste y que dices que son mi casa.
“Mi casa está en las montañas, en los bosques, los ríos, los lagos, las playas, las flores. Ahí es donde vivo y ahí expreso mi amor por ti.
“Deja ya de culparme de tu vida miserable; yo nunca te dije que había nada mal en ti o que eras un pecador, o que tu sexualidad fuera algo malo.
“Deja ya de estar leyendo supuestas escrituras sagradas que nada tienen que ver conmigo. Si no puedes leerme en un amanecer, en un paisaje, en la mirada de tus amigos, en los ojos de tu hijito… ¡No me encontrarás en ningún libro!
“Olvídate de cualquier tipo de mandamientos, de cualquier tipo de leyes; esas son artimañas para manipularte, para controlarte, que sólo crean culpa en ti. Respeta a tus semejantes y no hagas lo que no quieras para ti. Lo único que te pido es que pongas atención en tu vida, que tu estado de alerta sea tu guía.
“Eres absolutamente libre para crear en tu vida un cielo o un infierno.
“Yo no quiero que creas en mí, quiero que me sientas en ti”.
Anand Dílvar basa su vida en cuatro pilares: atención, meditación, aceptación y presencia. Y en sus libros nos enseña a disfrutar esta espiritualidad única que es la vida. Ese instante, aquí y ahora, y lo sabio que sería aprovecharlo para amar, compartir y servir a los otros. No gastar ese tiempo en aferrarnos a ofensas pasadas, a vivir desde los miedos y los traumas de ser demasiado cautelosos o de seguir creando problemas innecesarios, liberarnos de esas cadenas que nos esclavizan, trabajos agotadores, acumulación de bienes materiales, dinero, posesiones.
“Rompe esas ataduras que tú mismo te has impuesto. A lo único que le debes tener miedo es a no ser tú mismo y dejar pasar tu vida sin hacer lo que quieres”.
En cuanto a Spinoza —de ascendencia judía sefardita, nacido en Ámsterdam en 1632, expulsado de España—, fue víctima de sus ideas poco ortodoxas judaicas y reo de excomunión. La comunidad de Talmud Torá lo condenó: “Expulsamos, execramos y maldecimos a Baruch Spinoza... Maldito sea de noche. Maldito sea de día. Maldito sea cuando se acueste. Maldito sea cuando se levante. Que el Señor jamás lo perdone”. Murió a los 44 años. Su obra triunfaría universalmente después.
Posdata. Me quedo con el Dios de Spinoza. Parte del universo, como las ceibas, los guaduales, el viento y el mar.
