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El Premio Alfaguara de Novela 2025 fue otorgado a Arderá el viento, del escritor argentino Guillermo Saccomanno. No es su primer premio. Su escritura polifacética le ha valido varios galardones, como el Dashiell Hammett, el Premio Nacional de Literatura en su país natal, el Rodolfo Walsh, el Biblioteca Breve, entre otros. Su extensa obra, que comprende también ensayos y guiones, ha sido traducida a varios idiomas.
El jurado estuvo conformado, entre otros, por Juan Gabriel Vásquez, Leila Guerriero, Manuel Jabois y la guionista Paula Ortiz, quienes seleccionaron la novela entre más de setecientas obras presentadas bajo el seudónimo de “Jim”.
“Escrita en un estilo parco y de una rara intensidad, la novela es la cuidadosa construcción de un deterioro que, aunque transcurre en un pequeño pueblo de un país específico, acaba por ser una metáfora distorsionada del espíritu de nuestro tiempo”, se lee en el acta del jurado.
Lo leí. Lo volví a leer. Lo tengo como billete de a peso. Pobre libro: subrayado, con muchas páginas dobladas, gastado de tanto manosearlo. No pienso prestarlo. Pero hay que leerlo, porque lo que sucede en esa pequeña villa marina cerca de Mar del Plata, sucede entre nosotros mismos, ya vivamos en un pueblo grande, pequeño o en una ciudad. Sus personajes son arquetipos humanos que nos rodean y que somos también nosotros. Cada uno puede llevar una tajadita de responsabilidad.
La pareja extraña que llega a la villa marina, con sus costumbres estrambóticas, sus secretos y sus mañas. Compran un caserón destartalado para hacer un hotel, “pero cabe preguntarse si acaso la construcción de un hotel no se basa en la distribución de tantos recovecos como tiene el alma de quien lo diseña. Tantas habitaciones como secretos”.
Sus hijitos: la escuálida y el perverso. El periodista, el comisario, el secretario de Planeación, la sirvienta, la hippie vieja, el jardinero silencioso, las familias “bien”, el ferretero, la misma villa fundada por alemanes de dudosa procedencia. El cura, que sabe que sus feligreses son unos hipócritas que solo confiesan sus faltas leves y esconden lo otro, aún pueden redimirse. El populacho nativo: “No será necesario hurgar mucho entre sábanas arrugadas para comprobar que los chismes de pueblo, como toda mitología, disponen de una resaca de verdad”.
“La sangre que termina chupada por la arena”. Las mafias que llegan silenciosamente y aterrizan en una pista vacía. Los jovencitos del pueblo, asesinados misteriosamente, sin que nadie viera nada. La justicia que nunca llega. Las coimas por debajo de la mesa para adjudicar terrenos. El adulterio a la hora de la siesta. El que se odia a sí mismo por estar tan lleno de odio. Las bandas de jóvenes sicarios. La lujuria. La manipulación. La inequidad.
“Por más que tengan bidet, nadie tiene limpio el culo”, gritó desde el púlpito el cura, una vez que se enfureció, mirando a los fieles en sus bancas, todos con caras despavoridas.
Arderá el viento, libro de muchas lecturas. Capítulos muy cortos. Saltan los temas. Se teje la telaraña. Todos salpicados. Y los habitantes corrientes que sobreviven “a su propia existencia”.
“Ningún nuevo diluvio universal alcanzaría para apagar los fantasmas del pecado que se calcinaban”, porque, como dijo Heráclito de Éfeso: “Vendrá el fuego y juzgará todas las cosas”.
