Invito a los más de 40 millones de habitantes de este país a salir a las calles, autopistas y caminos veredales con banderas blancas, marchando por la paz, por la unión, respetándonos, mirándonos a la cara. Colombianos de todas las etnias, mestizos, afrodescendientes, blancos, indígenas, policías, civiles, políticos, campesinos, empresarios, comerciantes... unidos todos para detener este desastre.
Todos somos hermanos de patria. Todos queremos un país menos violento. Todos queremos más equidad económica y social. Todos tenemos derecho a la educación y la salud. Todos tenemos derecho a la protesta pacífica.
Ninguna muerte se justifica. “No matarás” es el mandamiento más contundente. La vida de cada uno de los colombianos es única, intransferible, sagrada. Algo que desgraciadamente hemos olvidado en este país.
Nací en la violencia. Crecí en la violencia. Tuve hijos en la violencia. Tuve nietos que nacieron en la violencia. Por un motivo u otro, la solución más fácil es la de matar, desaparecer, desplazar. Antes la Iglesia proclamaba que matar liberales no era pecado. Estrenamos modalidades desconocidas hasta en el holocausto, como el corte de franela. De un día para otro el vecino era el enemigo y había que desaparecerlo. Y esta ha sido nuestra constante.
Luego llegaron los movimientos guerrilleros, que se iniciaron con metas claras hacia una sociedad más igualitaria y después se despelotaron y se saltaron todos los límites de los derechos humanos. Después llegaron los paramilitares con órdenes de matar con la complicidad del Estado, tiñendo todavía más de sangre los campos y los ríos. Todavía existen cientos de fosas comunes que no se han encontrado.
El Acuerdo de Paz al fin llegó. Un receso. Miles de exguerrilleros están trabajando en paz, en el campo, en artesanías, en educación. Iniciando otra vida, estrenando nuevas oportunidades. Sin embargo, la sangre no cesa. El actual Gobierno prometió hacer trizas el Acuerdo... y lo que está cosechando es hacer trizas a Colombia.
Mi invitación, así sea una utopía, es que entre todos, y todos somos todos, guardemos el cerebro reptiliano en una caja fuerte y dejemos salir la cordura. Somos hermanos, inundemos el país con pañuelos blancos. Ya la mecha la prendieron. Apaguémosla entre todos porque es nuestra patria, nuestro hogar el que estamos incendiando y dejando incendiar.
No a la muerte de jóvenes estudiantes. No a la muerte de jóvenes policías. No a la muerte de las etnias indígenas ni líderes sociales. No a la polarización demente. No a la represión. No al vandalismo. Necesitamos un Gobierno que sea capaz de enarbolar esa bandera blanca y empezar a dialogar.
Somos más de 40 millones. Apostémosle a la paz. Hombres, mujeres, jóvenes, niños, todos tenemos, como cantaba Víctor Jara cuando Pinochet le mandó amputar las manos en el estadio, “el derecho de vivir en paz”.
Posdata. ¿Seremos capaces? ¿O es más fácil seguir desbocados en esta carrera delirante y demente, impulsada por la ira y la ineptitud gubernamental? Los ciudadanos tenemos la palabra y la responsabilidad. ¡Nadie se puede lavar las manos! ¡Lo que está en juego es Colombia!