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Berlín

Aura Lucía Mera

24 de abril de 2023 - 09:05 p. m.

Cinco días en esta ciudad me marcan un antes y un después. Ignoro si a todos sus visitantes les sucede lo mismo.

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Tengo una mezcla de sentimientos. Primero, espanto al visitar el Museo del Muro, ese que dividió durante 28 años la ciudad entre este soviético y oeste occidental. Muro de muerte, dolor, separación de familias, fotografías desgarradoras. Luego, la Isla de los Museos, con majestuosas fachadas que albergan tesoros culturales únicos en el mundo, como el busto intacto de Nefertiti de 3.000 años de antigüedad y la puerta de Babilonia que quita la respiración.

El río, los canales, los parques bellísimos, las avenidas amplias, las bicicletas, los almacenes y restaurantes llenos de vida, hombres, mujeres, niños de todas las razas y etnias conviviendo libres de opresiones. La Puerta de Brandeburgo, la Catedral de Berlín con su domo imponente, la iglesia semiderruida Kaiser Wilhelm que jamás se reconstruyó. El Monumento del Holocausto, ese laberinto de túmulos para que nadie olvide, donde se camina con respeto y el corazón encogido, extensión silenciosa y poderosa que sacude la conciencia y estremece el alma. Deambulo y me encuentro de sopetón placas doradas en portales de edificios que señalan los nombres de las familias judías que sacaron de sus casas para llevarlas a los campos de concentración.

Visito Sachsenhausen, el campo más cruel e inhumano que se pueda concebir. Se puede afirmar que fue el piloto de los que se construyeron después, a media hora de Berlín, al lado de un pueblito aparentemente bucólico que fue el centro de operaciones de las SS, dirigidas y comandadas por Himmler. Campo de concentración en el que fusilaron, ahorcaron, asesinaron con tiros en la nuca, torturaron a latigazos, amarraron a personas en el invierno a sillas para que murieran congeladas, obligaron a mujeres a desnudarse y moverse lascivamente delante de los prisioneros para “motivarlos”. Hornos crematorios, trabajos forzados, patadas, hacinamiento salvaje, celdas de castigo sin luz ni ventilación donde el prisionero tenía que permanecer de pie. Sachsenhausen estuvo activo hasta 1950, porque al terminar la guerra los prisioneros fueron miembros de las SS, militares, funcionarios y jefes del nazismo que pasaron de verdugos a víctimas de su propio invento. Fosas comunes, un olor a dolor, a tortura, un silencio sobrecogedor. Existe para que el mundo entero no olvide jamás y nunca se repita esta historia.

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Berlín es ejemplo de resiliencia, sin borrar su pasado, sin olvidar su dolor. Pujante, vibrante, abierta a inmigrantes del mundo entero, respetuosa y libre. El este con su arquitectura soviética cuadrada y monótona, el oeste con sus fachadas europeas, todos integrados, muestra de que sí se puede convivir en armonía. Su historia de sufrimiento y muerte ha podido transformarse en un espacio donde cabemos todos. Hay un antes y un después para mí. No salgo aún de esa experiencia tan fuerte, no la había experimentado. Me despido de ella con una serie de sentimientos encontrados, creo que no la olvidaré nunca.

Ojalá que algún día los colombianos tengamos los cojones y la madurez política de conocer nuestra historia, aceptarla, incorporarla y aprender a vivir de nuevo con la verdad, el dolor, la culpa y el perdón. Solo así llegará la paz anhelada, lo demás es palabrería y politiquería, cuyo resultado será más polarización.

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