NO SÉ SI SON LOS CALORES DEL VErano europeo, y ese sol calcinante, siempre de medio lado, que persigue, acosa y se mete en los ojos. El aire seco.
El recalentamiento vespertino del pavimento que rebota el calor otra vez hacia arriba o qué, pero la Unión Europea la ha tomado definitivamente contra el uso de la burka. Será porque todos queremos, en estos días, de alguna, forma estar ligeros de ropa, flotando en algún charco de agua, tendidos bajo un árbol o recostados en bermudas en una hamaca, y el solo hecho de visualizar mujeres tapadas de arriba abajo produce asfixia, pero lo cierto es que las primeras, segundas y terceras páginas de los periódicos diariamente meten su cuota de burka y velo. Que si es símbolo de la opresión femenina. Que si tras el ropaje de momias se esconden terroristas. Que el derecho de la mujer es andar empelota o con el ombligo al aire. Que huelen feo, a gitano mal sentado. En fin.
Leo y releo. Por otra parte, me meto en los museos, no sólo para repasar los colores y las composiciones de los grandes maestros, sino para escampar del barómetro enloquecido arriba de los treinta centígrados tolerables. Los museos siempre se mantienen a temperaturas paradisíacas. Si no fuera así, ¿cómo habrían podido sobrevivir intactas obras que llevan siglos desde su origen hasta ahora? Me sumerjo en el primitivismo flamenco. Paso al renacimiento, hasta el siglo XIX. Vírgenes. Madonas. Magdalenas arrepentidas y dolientes. Messalinas desbocadas y voluptuosas. Alumbramientos sacros. Anunciaciones y Asunciones. Descendimientos y Crucifixiones. Giotto, Piero della Francesca. Boticelli, Rembrandt. El Greco. Velázquez. Van Dyck. Filippo Lippi... tantos y tantos... Todos con sus obras sagradas. Cumpliendo encargos de los papados y de las cortes sucesivas. El arte religioso en su esplendor. El arte católico. Cristiano. Occidental. Y todas, léase bien, todas las vírgenes, madonas, magdalenas, santas, mujeres bíblicas, todas con burkas o velos. Todas con sus cabezas tapadas y sus batolas que las cubrían en su totalidad.
Pienso: ¿entonces de dónde viene tanta alharaca? Si siempre, cuando se trata de las religiones fundamentales —catolicismo, islamismo y judaismo— el sine qua non es que las mujeres se cubran, y sobre todo cubran sus cabezas. No sé qué tendrán o habrán tenido contra el pelo, o cabello, como se dice ahora. Recuerdo un dicho que se refiere a algún ser, hombre o mujer, cuando se sale de los parámetros: “Se soltó el pelo... se despelucó...”. Todavía vemos por nuestras calles monjitas vicentinas, o de la caridad, o como se quieran llamar, con sus cornetas almidonadas y sus faldones grises hasta el suelo. O con la cabeza y el mentón envueltos en vendajes momificados. Y no decimos nada. Lo mismo las mujeres judías ortodoxas, que jamás salen sin peluca a la calle. Una especie de burka más sofisticada y disimulada. Nadie les dice nada. Nosotras mismas hasta hace poco tiempo no podíamos entrar a ninguna iglesia sin el velo o la mantilla. Y nadie nos dijo nada. ¿Entonces por qué diablos nos metemos con la burka y los velos de las mujeres de otras culturas? No me trago el cuento de que es que sus maridos o machucantes las golpean. A las mujeres las golpean los machistas con o sin el burka. Rapadas o peludas. Da igual.
A que no nos imaginamos una Madona peinada por Quevedo, de blue jeans y camiseta. A que nuestras Vírgenes siempre tendrán que representarse con velos, burkas y faldones. Apuesto lo que sea. Mientras tanto, dejemos a las otras once mil vírgenes de otras religiones en paz y con sus atuendos. Y que los políticos de la UE dejen de echar burkas de humo y afronten la crisis que se les vino encima. Amén.
