Este martes, una semana después de sentir el frío en los huesos torturándome sobre quién será el primer muerto, sobre quién osará disparar la primera descarga contra la población civil, o entre Ejército y guerrilleros, incapaz de aceptar mi impotencia, me llega esta reflexión del doctor Ómar Mejía, Ph.D. en psicología, uno de los seres humanos que mejor conocen el alma y la naturaleza del ser humano.
Fue mi terapista hace 18 años en el South Miami Hospital, cuando recaí en el consumo de alcohol y tranquilizantes. Cuatro meses de escucharlo y compartir con él fueron definitivamente el punto de giro de mi vida.
Jamas olvidaré su mensaje: “Si no cambias tu manera de pensar, no podrás cambiar tu manera de sentir ni de actuar”.
Por eso le cedo la palabra, con su autorización. Estamos en un momento único para la reflexión:
“Hemos estado hablando mucho últimamente acerca de algo que ni siquiera conocemos: la paz. Casi nadie la conoce, y el que la conoce no habla de ella. Pero todos conocemos lo que es la violencia, bien sea física, emocional o psicológica.
Conocemos la ira, los resentimientos, la intolerancia, la impaciencia, la falta de respeto, la devaluación, no sólo con nosotros mismos, sino con los demás, especialmente nuestros seres más queridos. Sabemos muy bien lo que es la violencia, pero no la paz. Aprendimos a ser violentos con nuestra familia, la sociedad, la escuela, la política y hasta la religión.
Vivimos atados a nuestros conflictos internos, sólo tenemos que observar nuestra mente para darnos cuenta de ello. Pensamientos que no sólo nos atormentan a nosotros mismos, como la culpa, por ejemplo, sino que también afligen a los demás.
Proyectamos nuestros conflictos internos en los demás, nuestras parejas, hijos, amigos, empleados y empleadores.
Obedecemos a nuestra falsa inteligencia y a la inteligencia de nuestros creados líderes, que se aprovechan de nuestra falta de conciencia vendiéndonos la paz, bien sea a través de la guerra, venganzas, miedos e ideales. Buscamos en ellos la solución a nuestros problemas.
Evadimos tomar responsabilidad por lo que pensamos, sentimos o hacemos. Más bien culpamos a los demás jugando el papel de víctimas, perseguidores y castigadores.
No conocemos lo que es el diálogo con los demás, más bien sabemos lo que es discutir, apuntar, acusar, señalar y argumentar. Devaluamos, criticamos a los que piensan diferente, haciéndonos dueños de la verdad cuando ni siquiera la conocemos.
¿No es acaso todo esto violencia?
Defendemos nuestras ideas y opiniones aprendidas de nuestra familia, sociedad y genéticamente a través de miles de años. Conocimientos que todavía no han podido resolver nuestros problemas; más bien todo lo contrario, estos pensamientos con los cuales nos identificamos y damos la vida por ellos todavía no han podido resolver nuestros problemas.
Son nuestros pensamientos los que no sólo crean la miseria que hay en el mundo, las guerras, el hambre, la pobreza, los conflictos y el abuso, sino también nuestro propio sufrimiento.
Votamos por personas que sólo piensan en sí mismas o en sus partidos, que los sostienen vendiéndonos miedos, sueños y esperanzas, y que hasta ahora no nos han resuelto ningún problema y desean continuar con la violencia, o por aquellas que se hacen pasar como defensoras de la paz.
Ningún líder nos va a resolver nuestros problemas, todo lo contrario, la avaricia, la codicia, bien sea por amor, paz, dinero, prestigio, valoración, reconocimiento, admiración, poder, lo mismo que la comparación con los demás y la competición, son todas formas de violencia.
Mientras no tomemos responsabilidad por nuestra propia violencia y no nos comprendamos con compasión, no por nuestra mente sino en lo más profundo de nuestro corazón, no vamos a conocer lo que es la paz”.