Este cuatrienio inició lleno de esperanzas. El 7 de agosto se cumplirá un año desde el discurso de Gustavo Petro, elegido popular y democráticamente, que fue aplaudido por todos los colombianos. Sus palabras fueron sensatas y se sentía un aire de renovación, una luz diferente, el camino orientado hacia horizontes de cambio.
Recuerdo escucharlo frente a una pantalla gigante. La plaza estaba repleta y multicolor, y millones de televidentes escuchamos a un gran orador en tono de reconciliación, paz, inclusión, lucha contra la corrupción, trabajar por una mayor equidad económica, etc.
Ilusión y esperanzas. Ya Duque había terminado su lamentable cuatrienio y había casi logrado su propósito de hacer trizas la paz, esa paz que iniciaba sus pinitos con el Acuerdo firmado en el gobierno de Juan Manuel Santos, quien se la jugó toda por conseguirlo.
Pasaron los meses. Del primer gabinete de Petro quedan pocos, “porque el que no obedece se va”. La cultura está al garete; la educación, al garete; la salud, como noria o corcho en remolino; la agricultura es una incógnita. Hacienda se desparramó y los que permanecen están en un limbo: sin oír, hablar ni ver, porque si no se quedan calladitos para la foto, los botan. Parecen ectoplasmas que ni rajan ni prestan el hacha.
El mindefensa, por quien sentía mis mayores esperanzas y admiración, se ha ido desvaneciendo. No tiene permiso de “agredir al enemigo”, si secuestran a alguien declara que fue “por imprudencia de los secuestrados”. Lo mandan a Buenaventura, a sabiendas de que no solucionará nada. Los muertos crecen, los desplazados también. Los sin tierra siguen sin tierra. Las bandas delincuenciales están viviendo el paraíso de la impunidad. El Ejército está maniatado y los empresarios, amenazados. La clase media se volvió arribista, la clase alta es la culpable de todo y la baja está cada vez más baja y con más rabia.
Las palabras de posesión se podrían titular “Lo que el viento se llevó”, y las frases célebres de Chespirito se convierten en filosóficas y sabias: “¿Y ahora quién podrá defendernos?”, “fue sin querer queriendo”, “se me chispoteó”, “eso, eso, eso”, “no contaban con mi astucia”, “lo sospeché desde un principio”, “todos mis movimientos están fríamente calculados”, “que no panda el cúnico”, “silencio, mis antenitas de vinilo están detectando la presencia del enemigo”, “chusma, chusma, chusma”.
Dan ganas de llorar. Chespirito nunca lo imaginó. Además de palabras presidenciales, de amenazas, de promesas fallidas, hay rabia y resentimiento que generan incertidumbre y desconcierto.
P. D. Zuluaga no sacó las uñas, se las sacó su cómplice, un caleño de ingrata y asqueante recordación. La incógnita sigue: ¿quién dirigió y planificó los falsos positivos?, ¿quién mandó a matar? Pónganse la mano en el pecho y no recojan más café.