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Así de sencillo. Así de cruel. Así de real. Sin cuidados paliativos y sin ninguna solución a la vista.
Las mujeres humildes, las cabezas de familia, las más abandonadas, aquellas que no figuran en las páginas sociales ni se templan la cara hasta quedar embalsamadas y rígidas, aquellas que tienen que quebrarse la espalda trabajando para poder alimentar esos hijos sin padre, o con padre borracho y machista, o sea, la gran mayoría de nuestras mujeres en ciudades, veredas y pueblos, están condenadas de antemano a morirse de cáncer de mama, seno o como quiera llamársele a esa porción del organismo femenino.
Y no estoy haciendo amarillismo ni terrorismo periodístico. Estoy denunciando este hecho monstruoso, de muertes que se hubieran podido evitar si las EPS, los hospitales y las entidades gubernamentales no fueran tan miserablemente indiferentes ante esta problemática, de la cual nunca se habla, porque cada entidad le pasa la pelota, léase también tumor, a otra.
Simplifico esta atrocidad. Está demostrado que el cáncer de mama, si se diagnostica a tiempo, grado cero o uno, es casi ciento por ciento curable. Los casos en que las células locas vuelven a desbocarse son mínimos. Esto se traduce en que miles y miles de mujeres en Colombia podrían continuar sus vidas normalmente.
Pero no. Si no hay dinero, influencias, ni capacidad económica, la suerte de estas mujeres es que las peloteen de un lugar a otro, las hagan esperar semanas o meses para “la próxima cita” o para la mamografía y mientras tanto las rellenen de ibuprofeno. Cuando llegan, al fin, donde la oncóloga(o) especializada, ya los tumores están avanzados, han comprometido ganglios y tienen que ser sometidas no solamente a masectomías radicales, sino a las torturas inherentes de las radiaciones y la quimioterapia, con pronósticos de prontas metástasis y por ende la muerte.
Entidades y organizaciones sin ánimo de lucro, como Amese y otras, cubren labores de prevención y hacen milagros para lograr que las atiendan. Labores que son del Estado. Y que no se cumplen. Esas muertes no tienen estadísticas. Son la consecuencia lógica de la burocracia de la salud. Muertes que se pudieron evitar, pero nadie habla de ellas. ¡Qué vergüenza!
Este artículo lo dedico a Martha Gutiérrez Cardona, directora de Amese capítulo Cali, quien dedicó su vida a ayudar a mujeres con cáncer de mama. Ella misma víctima de diagnósticos tardíos y falsos. Afortunadamente sobrevivió ocho años, gracias a la doctora oncóloga Diana Currea. Paz en su tumba.
Me pregunto: ¿nadie piensa hacer algo al respecto? ¿La medicina sólo es cuestión de bolsillo? ¿El que no paga se muere, y punto?
