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“Bastó ver en el fondo del baúl de mar del abuelo / ese horizonte de garfios olvidados / para comprender que somos, por fortuna, / los hijos de los hijos de los hijos / de los hombres más desventurados / pero más felices de la tierra”.
“Del inventario de mi infancia solo queda / una mano que apretó mi mano, / un incendio que asustó mis fábulas, / un beso que hizo naufragar los buques en mi frente / y una amiga lejana con quien, de vez en cuando, / nos sorprendemos / para echarles un poco de mar y nostalgia / a las cicatrices de la memoria”.
“Un rudo hombre / descubre, con los años, que puede llorar. / No había sido, hasta entonces, / tan feliz”.
Extraigo apartes del libro Naufragios, de Hernando Revelo Hurtado, poemas con sabor a mar, ese mar Pacífico repleto de historias, anclas oxidadas, amores, abuelos negros, bisabuelos esclavos, brisas, gaviotas, marineros.
Me sumerjo después en Diálogo de aguas, donde Hernando y su hermano Baudilio Revelo Hurtado nos cuentan cómo “el río tiene alma” y nos acercan a esa región olvidada y desconocida para el resto del país, rescatando la potencia, las tradiciones y la cultura milenaria que llevan en el alma y jamás se dejaron arrancar. Esa cultura que nosotros “los desteñidos”, descendientes de aventureros piratas, pretendemos ignorar por cobardes, por torpes, por ambiciosos de poder, temerosos de atrevernos a conocer para poder respetar, integrar y amar.
Hombres y mujeres fueron traídos a la fuerza desde África, a latigazo limpio, hacinados como animales, vendidos, tatuados con fierros, historia que queremos olvidar a través de la indiferencia (de este holocausto nunca hablamos). Somos un país racista, manejado y manipulado desde un centralismo encallado a casi 3.000 metros sobre el mar, país violento, sin identidad, federado y separatista de alma.
Gracias a Angélica Mayolo, quien en su corto paso por el Ministerio de Cultura nos legó la Colección Pacífico, siete libros únicos: Naufragios; Diálogo de aguas; Tres cuentos tres historias en Buenaventura, de Luis Álvaro del Castillo; Benkos Biojó, un verdadero héroe, de Félix Domingo Cabezas Prado; El dulce olor de Puerto Perla, de Óscar Seidel; Poesía joven del Valle del Cauca, una compilación de Alejandra Lerma, y Memoria visual vallecaucana en el siglo XX, otra compilación, de Christian Hurtado Ospina.
Gracias, Angélica, por este legado, un tesoro editorial que debería llegar a todas las bibliotecas colombianas para poder conocer y amar este territorio lleno de magia y sabiduría, que solo aparece en las noticias cuando ocurren tragedias y operaciones de narcos o sicarios.
Gracias a Medardo Arias Satizábal y a todos los que hicieron posible esta colección que nos descubre mitos, leyendas del mar, religiosas, de sanación, de partería, creencias, refranes, orígenes, afroencantos.
Como escribió el poeta Gil de Biedma: “La pasión que da el conocimiento”. Estamos en mora. La vicepresidenta Francia Márquez podría llevar esta colección al resto de Colombia. Repito de nuevo: necesitamos conocer para poder amar.
