Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
“La crueldad es contagiosa. El odio es contagioso. La fe es contagiosa. Se convierte en fanatismo a la velocidad de un rayo. La gente adopta una fe y se pone muy seria, después solemne. Empieza a creerse cuanto viene amparado o envuelto por esa fe y entonces se vuelve estúpida. Si se la contraviene enloquece de rabia, no consciente de que se la llame estúpida ni que se ponga en tela de juicio lo que constituye su totalidad y su repentina razón de ser”.
“A partir de ahí desarrolla un odio meramente defensivo, irracional, hacia quienes no comparten su fanatismo y a los que lo combaten abiertamente los trata con crueldad. Cuando la gente descubre esta última, se instala en ella y la esparce y tarda mucho en hastiarse de su aplicación”.
“Y el único antídoto es declararle la guerra y aplastarlo. Por eso los fanatismos encierran tanto peligro, por eso son tan difíciles de parar. Cuando uno quiere percatarse ya se han propagado como un incendio en el bosque. Lo que conviene es detectar al primer síntoma y cortar de raíz”.
Estas frases son del escritor Javier Marías en su ultimo libro, Tomás Nevinson, obra fuerte, filuda, sin afeites, que logra que el lector pare en seco a veces y reflexione. No sé por qué “me suena, me suena” a lo que está sucediendo en este país y cada día cobra más fuerza, hasta que se torne imparable. Me refiero a la polarización en que estamos sumergidos... y digo “estamos”, porque de alguna manera, salvo los recién nacidos o los enfermos de alzhéimer, estamos tocados en mayor o menor grado por este virus mortal, sin vacuna posible por el momento o sin la voluntad política de inventar la vacuna y ponerla a funcionar.
Si nos remontamos a siglos pasados, cuántos millones y millones de muertos en nombre de Dios, Alá, Buda... Dioses que se supone existieron como mensajeros de amor, armonía y paz. Sus fieles, sus creyentes fanatizados bañaron el mundo entero en sangre y lo siguen haciendo.
Si nos remontamos a la política nacional, desde la Independencia el fanatismo se incrustó como hierro candente al alma, como el pecado original en la manzana primigenia. Monárquicos contra republicanos. Liberales contra conservadores... y la historia y la sangre siguen corriendo aunque cambien los nombres. Las ideas se las llevó la corriente y se disolvieron en charcos nauseabundos, se evaporaron, pero el fanatismo, el odio, adobados con ingredientes corrosivos como la corrupción, la mentira y el dinero, se quedaron para siempre incrustados en nuestros genes.
Actualmente lo que veo y leo día a día es que estamos sumergidos en grupúsculos, convertidos en forúnculos enquistados y llenos de pus venenosa.
Uribistas, petristas, verdes, arcoíris, charistas, benedettistas, marulandistas, fajardistas, palomistas, cabalistas, bolivaristas, quinteristas...
Todos contra todos a ver quién se lleva la mejor tajada, a ver cómo se defenestra al contendor, cuánto cuesta comprar al juez o al abogado. Todo ante “la muda y absorta caravana” de los millones de apáticos e indiferentes.
Siguen matando líderes sociales, violando menores de edad, comprando conciencias (cada vez más devaluadas). Lo que hasta hace pocos años se consideraba impensable, ahora es el pan de cada día. San Nicacio regresó a los altares. Camilo Gómez se levanta de la Corte Interamericana como perro por su casa, Molano señala a los niños como máquinas de guerra. Cadena tartamudea y su defensor le hace repetir las respuestas. Proponen los desconocidos del Congreso mandar al carajo la Constitución. Los falsos positivos aumentan y nadie escarba en esas tumbas.
Vuelvo a Javier Marías: “Basta con introducir un poco de verdad en la mentira para que esta no solo resulte creíble, sino irrefutable”.
Posdata. Sin embargo, no pierdo la esperanza. A cada marrano le llega su San Martín. Y ojalá algún día recobremos la razón. O por lo menos que las nuevas generaciones se liberen de este odio y desate amarras y busque nuevos horizontes. Mientras tanto, sigo leyendo a Javier Marías así se me revuelvan las emociones.
