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El libro de Juan Fernando Cristo, descrito en su prólogo por Ricardo Silva Romero, es el relato de un “corazón roto”, quebrado como el de tantas familias víctimas de una violencia incesante, de una impunidad perpetua y de un dolor interminable. En Cartas a mi padre, Juan Fernando comparte la correspondencia que escribe religiosamente cada 8 de agosto desde hace 25 años. Esta tradición comenzó un año después del asesinato de su padre, Jorge Cristo Sahium, a manos del ELN en 1997.
El libro es una bitácora de amor y dolor, un recuento de la historia de este país azotado por la muerte y la sangre de inocentes. Es una denuncia valiente y honesta de esos años que transcurrieron ante la mirada impávida y anestesiada de toda Colombia, ya acostumbrada a la desaparición, los asesinatos y la sangre derramada.
Jorge Cristo, cucuteño e hijo de migrantes libaneses, logró compaginar su profesión médica con su vocación de servicio a través de la política. Traumatólogo y ortopedista, fue gestor de un nuevo hospital en Cúcuta, que tardó 18 años en inaugurarse y lo llevó a la política. Como médico, secretario de Salud y congresista logró para su ciudad el Hospital Universitario Erasmo Meoz y restauró el viejo San Juan de Dios para convertirlo en la Biblioteca Julio Pérez, transformando la vida cultural del entorno. Hombre austero y honesto dedicado al servicio, fue asesinado vilmente cuando regresaba de Bogotá y entraba a su consultorio.
“En la historia del asesinato de mi padre hay un gran vacío que siempre duele, un vacío de más de 25 años que el ELN se niega a llenar. Espero que antes de morir, en algún momento, decidan hacerlo”.
Juan Fernando Cristo fue el autor de la Ley de Víctimas, sancionada el 10 de junio de 2011. Este país amnésico ya se refiere a ella como si siempre hubiera existido, como si no hubiera sido una tarea monumental sacarla adelante, llena de obstáculos y contradictores, que arrancó gracias a una conversación de Cristo, ya senador, con Diana Sofía Giraldo, quien le dijo que le intrigaba que él no reivindicara su condición de víctima. Luchó durante años para su aprobación, en contra del uribismo fanático, y cambió afortunadamente la historia.
“Mientras en nuestro país la palabra justicia sea tan vacía, tan hueca e inaplicable, siempre habrá asesinos demenciales como los de ese viernes, dispuestos a apretar el gatillo y segar ilusiones y esperanzas, sin siquiera detenerse a pensar un instante en la secuela de dolor y tragedia que dejan a su paso. Ellos saben que nada les pasa. Sin justicia no tendremos destino como nación”.
Esta bitácora “necesaria”, “lúcida”, “fascinante”, como la describe Silva Romero, es un libro indispensable en colegios, universidades, bibliotecas y librerías, para que todos los colombianos entendamos estos tiempos extraños en los que por fin hemos tratado de acusar recibo de una guerra que repta y crece como un incendio.
Lo leo y pienso en el médico Héctor Abad Gómez, también asesinado a mansalva. Se me encoge el alma y siento el corazón roto. No se sale impune después de recorrer estas páginas que rebosan nostalgia, amor, dolor y pasión por seguir trabajando por la justicia y la verdad. Bitácora de un hombre íntegro, que nos anima a seguir caminando para lograr algún día un país mejor.
Gracias, Juan Fernando Cristo, por compartirnos tu lucha y tu dolor, y por esas palabras finales: “Preferí transformar el dolor en acciones, más que en búsquedas inanes o venganza. Trabajar por las víctimas por más de 15 años es el elemento esencial de mi reparación emocional”.
