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Sí, ya sabemos. Tenemos que permanecer aislados. No toserle al vecino. Estornudar está prohibido. Guardar dos metros de distancia entre bozal y bozal. Lavarse las manos cada diez minutos. Dejar los zapatos en la puerta. Quitarse la ropa después de ir al mercado. Desinfectar los guantes antes de tirarlos a la basura envueltos en un plástico. Lavar todo con cloro y jabón. Limpiar la pantalla del teléfono, el computador, la tablet, el control de la televisión antes de usarlos, o sea a cada rato.
Lavar fruta por fruta. Lavar las botellas. Lavar las bolsas o cartones de leche. Empapar el carro con alcohol. No tocar los botones del ascensor. Subir y bajar las escaleras eléctricas sin tocar nada aunque nos vayamos de jeta. No mirar fijamente a nadie. No hablar. Reírse menos.
Eso. Todo este catálogo está muy bien. La mayoría de los habitantes de este planeta lo cumplimos... y los que se saltan esta cartilla básica lo más probable es que terminen entubados y asfixiados o contagien a alguien.
Esto es un hecho. Mientras los atardeceres estrenan colores, los nevados se muestran impúdicos y altivos, las estrellan iluminan la noche parpadeando, los cielos se ven limpios y la naturaleza respira, nosotros, “los reyes”, estamos como la calandria, algunos en jaulas de oro, otros en jaulas de zinc, pero toditos quietecitos y sin derecho a pataleo. No valen chequeras ni el manido “usted no sabe quién soy yo”.
Lo que es repudiable es el sensacionalismo de todos los medios de comunicación, sean falsos, inventados o verídicos. Es el morbo infinito de periodistas, locutores, reporteros, fotógrafos... que nos meten el coronavirus envenenado en nuestras casas por los oídos, por los ojos. Cada quien se siente con derecho a opinar, discutir, acusar, criticar, hacer populismo, terrorismo mental. Trump le da a China, China se defiende, Alemania culpa a Italia, España es un salpicón anárquico de “líderes” de trapo que se parecen a sus apellidos: Rufián, Arrimada, Botín, Casado, Escote, Cordero, Botella, Montón, Ternera, Sordo, sin dar pie con bola, sembrando el caos y la confusión. Holanda se cree diferente. Suiza trata de neutralizar las víctimas. Johnson, recién dado de alta, no ha vuelto a decir ni mu. Mientras los periodistas inventan escándalos.
Esta es la verdadera pandemia. Parece que no existiera nada más. Dale y dale. Monotema. Morbo. Mentiras taladrándonos la mente minuto a minuto. Todo por el rating. Lo más tenebroso, lo más terrorífico, lo más oscuro es lo que más vende. Como si en el mundo entero hubieran desaparecido todos los demás temas. Están logrando que, además de encerrados, nos convirtamos en unos obsesivos compulsivos, siguiendo como el perro de Pavlov la orden de levantar la pata cada vez que suena la campana.
No, señores periodistas. Tengan más respeto, más ética, más mesura. Dejen que los científicos y médicos cumplan su trabajo. Apoyen a cada uno de los hombres, mujeres, jóvenes y niños, y destinen sus espacios para enriquecer, cultivar las mentes y la creatividad, no para seguir espantando, vendiendo miedo y desinformación. Existen otros temas. La vida sigue. Unámonos enriqueciendo la información y no tratando de sobresalir con la “chiva” de cadáveres, fosas comunes, terror y hedores. Recapacitemos. De lo contrario, estamos encrespando más las olas del tsunami: xenofobia, racismo, populismo, desconcierto.
Posdata. Ya sabemos que el burro se cayó al pozo. ¡Lo importante es sacarlo!
