Vuelvo a Ecuador. País que crece en todos los sentidos. Su infraestructura vial no la tiene ningún país latinoamericano.
Pequeñas poblaciones vibrantes de energía, comercios, almacenes, bancos e industrias. Centros de salud, colegios, escuelas y viviendas. Ninguna capital de provincia está rodeada de cinturones de miseria ni tugurios.
Visito San Agustín de Callo, un lugar mágico. Palacio Inca convertido, bajo las faldas del Cotopaxi, el volcán activo más alto del mundo, envuelto en nieves perpetuas que resplandecen con el sol y se tiñen de rosa en el atardecer, en Hosteria, donde esos muros de piedra negra, maciza, imperturbables, arropan a sus visitantes. Escritores, arqueólogos, historiadores y turistas internacionales intercambian experiencias y aventuras, montan a caballo, suben a las nieves altivas gracias a la visión, tesón y pasión de su propietaria Mignon Plaza, descendiente de próceres y presidentes que iniciaron el progreso del país.
Latacunga, con sus calles adoquinadas, sus iglesias coloniales que elevan sus cúpulas al azul intenso, con su Plaza de toros dedicada a San Isidro Labrador, donde El Juli, Padilla y El Fandi, las primeras figuras del escalafón taurino, se dieron cita en dos tardes para guardar en la retina y el corazón. Aprovecho para felicitar a los aficionados taurinos, quienes ejerciendo sus derechos, y a pesar de que en Quito la arbitrariedad del régimen suspendió las corridas, lograron realizarlas en Latacunga, Tambillo, un Festival en la antigua Plaza Belmonte, con su noche de velitas y canto flamenco en vivo. Afición taurina que no se dejó acobardar ni aniquilar gracias al ganadero José Luis Cobo, heredero de una de las más antiguas ganaderías de Ecuador, Huagrahuasi, que significa en quichua, La casa del toro...
Papallacta, casi a cuatro mil metros de altura. El punto más alto antes de descender hacia la selva, donde las aguas termales que salen de las entrañas de la tierra, desde el fondo de un cráter milenario extinto, permiten flotar en noches heladas mirando las estrellas, en ese cosmos infinito y deslumbrarse al amanecer con la luz alucinante del Antisana, una mole nevada que deja sin aliento al visitante.
Ecuador, país enclavado en el Equinoccio, donde el sol cae perpendicular, país boutique que reúne en armonía lo más bello de la naturaleza: selvas, ríos, nevados, pueblos indígenas que conservan su identidad y sus costumbres, altivos, orgullosos de sus orígenes, sabios y llenos de leyendas milenarias.
Ecuador, país del que los colombianos tenemos mucho, pero mucho que aprender...
PD. ¡A Felipe Negret todos los deseos, para que la plaza de toros Santamaría vuelva a recuperar su dignidad!