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DESGRACIADAMENTE CON TANTOS escándalos y tragedias que nos sacuden a diario como si fueran el pan nuestro de cada día, el posible carcelazo del director de la revista Semana, Alejandro Santos Rubino, ha pasado casi de agache. Para mí este despropósito es la gota que desborda la copa.
El que una jueza o como se llame haya decretado tres días de cárcel al periodista por no plegarse a rectificar por tercera vez un artículo en el que un diosecito de segunda se sintió ofendido, ni querer darle carátula a la rectificación, es absolutamente grotesco.
Felicito de corazón al director de Semana por preferir cumplir la condena antes que arrodillarse ante semejante chantaje. Gracias a Semana se han destapado cualquier cantidad de ollas podridas que de otra forma hubieran pasado desapercibidas por todos. Gracias a Semana se han iniciado investigaciones que han permitido desenmascarar a más de uno. Naturalmente la revista, en la figura de su director, ha estado en la mira de áulicos, gobiernistas furibundos y cómplices de muchas maturrangas, desde hace tiempo.
Pero éste no es el único caso en el que funcionarios investidos por el divino han tratado de coartar o chantajear la libertad de prensa. Incontables son las citaciones a juzgados, las tutelas y las demandas que llueven a diario sobre los periódicos. Personalmente, por una columna escrita en El País de Cali hace unos años, tuve que presentarme con abogado y todo para defenderme de las inculpaciones por “injuria y calumnia” de las que me acusó una ex ministra a la cual me referí en términos críticos sobre su gestión.
Los que no compartimos algunas decisiones del Gobierno, cuestionamos otras, destapamos embuchados, ya sabemos que somos personas no gratas. Que estamos analizados con lupa inquisitiva para tratar de buscarnos el quiebre. Que nos tenemos que aguantar insultos de muchos, las procacidades del los “foros” virtuales y muchas otras cosillas que hieden. Pero sabemos que esto es inherente al oficio. Que las verdades no gustan. Que es el precio por no militar en la fila de los áulicos, ni recibir “sobres” ni aceptar prebendas. Los periodistas sabemos que tenemos que cubrirnos todos los días con una capa de alquitrán impermeable para que resbalen maledicencias y críticas resentidas. Ahora tenemos que tener lista la mochila con los tenis, la sudadera, el cepillo de dientes, algunos libros y cartones de cigarrillos para el día del carcelazo. Personalmente prefiero dormir o maldormir algunos días entre rejas a vender mi opinión por darle gusto a alguien o dejarme presionar. Si este es el precio, pues se paga.
De nuevo felicitaciones a Alejandro Santos Rubino. Su caso no es aislado. Pero los que amamos decir pan al pan y vino al vino, estamos con él. Ni un paso atrás.
Me quiero solidarizar también con otros periodistas, cito algunos, que se han visto en la picota pública por expresar sus opiniones: Alfredo Molano, María Jimena Duzán, Diego Martínez, Luis Guillermo Restrepo, Daniel Coronell, Salud Hernández, y medios de comunicación como El Colombiano, La Patria, El País, El Espectador. No están todos. Pero son los que están.
P.D.: La próxima será desde los andes ecuatorianos. Tal vez tenga sabor a toros, tal vez esté mecida por el viento de los páramos. Ya la verán.
