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“Sentí la necesidad de escribir este libro: una forma de procesar lo sucedido y de responder a la violencia con el arte”: Salman Rushdie.
Treinta y tres años después de que el ayatolá Jomeini lo condenó a muerte por su libro Los versos satánicos, obligándolo a vivir escondido, cambiando de lugar frecuentemente, escoltado, vigilado, amenazado. Tenía 41 años cuando lo publicó. Ya a sus 75 esperaba con ilusión la publicación de su último libro, el vigesimo, titulado Ciudad Victoria. El peligro era cosa del pasado. Llevaba una vida normal en Nueva York. Éxitos y premios literarios, conferencista internacional, escritor de talla mundial.
Hasta ese trágico día en que la muerte lo embistió. El 12 de agosto de 2022, en Chautauqua, en la tarima del anfiteatro de la universidad donde fue invitado para hablar sobre cómo mantener a los escritores a salvo de todo riesgo. Mañana soleada en ese pueblo donde nunca pasaba nada. De la nada, un joven encapuchado saltó al escenario y lo destrozo a cuchilladas.
Su mano izquierda, tajada. Dos heridas en el cuello, como si la hoja del cuchillo lo quisiera atravesar. Puñaladas en la cara, en el pecho, y una profunda y directa en su ojo derecho que penetro hasta el nervio óptico, abdomen y pierna: “El individuo repartía cuchilladas al tuntún, clavaba y rajaba como si el propio cuchillo tuviera vida propia y una idea fija. (...) Cuando notas en la cara el aliento de la muerte, el resto de mundo queda muy atrás y puedes experimentar una inerme soledad (...). En las noches de hospital, la oscuridad es un regalo intermitente y la cama no es tu amiga”. El lunes 26 de septiembre, al fin, lo dieron de alta y Rushdie regreso al mundo.
Este libro, Cuchillo, es su primer después del atentado. Sobrecogedor. Narra en primera persona cómo fueron esas semanas de infierno, reflexiona sobre su vida, comparte en palabras filudas, tajantes y agudas, como cuchilladas, su historia, y nos atraviesa también al lector.
Sentí cómo penetraba el cuchillo en mi cuerpo. Cada frase se me incrustó en la piel. Cinco horas sin poderme levantar de la silla porque no pude parar de leerlo. Obra limpia, aunque llena de heridas sangrantes. Tierna, dura. Humor y dolor. Ejemplo de voluntad y desgarros personales. Descubrir el amor incondicional de familiares, amigos, desconocidos que lo arroparon con mensajes, presencia, dedicación. “Una meditación poderosa sobre la vida, la pérdida, el amor, el arte y sobre cómo reunir la fuerza necesaria para volver a ponerse en pie”.
Como escribió en la contracarátula Javier Cercas: “Debemos proteger a toda costa a Rushdie. Proteger a Rushdie es proteger la alegría, la risa, las ganas de vivir. Proteger a Rushdie es proteger la civilización”.
Cuchillo, un testimonio fascinante y doloroso. Una obra de arte y de catarsis para poder seguir, vivir, amar, escribir.
