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De Aracataca a Estocolmo

Aura Lucía Mera

12 de marzo de 2012 - 06:00 p. m.

El viernes pasado me emocionó el homenaje que le hizo la W a Gabriel García Márquez.

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La memoria me fue llevando a Estocolmo. Todos reunidos en el Gran Hotel, Gonzalo Mallarino, Álvaro Mutis y Carmen, Alfonso Fuenmayor, Álvaro Castaño y Gloria, Tita Cepeda, Plinio Mendoza, Escalona, Eligio García y Miryam Katarain, la cacica Consuelo Araújo, el maestro Angulo. Ese diciembre del Nobel, cuando llegamos en patota con los grupos de danzas de Ingruma, los Congos de Barranquilla, la Negra Grande, Totó la Momposina, Nereo López.

Unos días gélidos en los que un sol pálido iluminaba el frío durante unas cuatro horas y todo lo demás era noche. Unos días ardorosos porque el trópico, la cumbia, el mapalé, los acordeones acompañaban a Gabo y a Mercedes. Recuerdo a Gabo en su “pijama térmica” antes de ponerse el liquiliqui, posando para una foto histórica con Álvaro Castaño. Recuerdo a Gonzalo Mallarino en la víspera del banquete real, en la que nos jugábamos el pellejo porque romperíamos todo el protocolo y lo mejor de nuestro folclor descendería por las escaleras imponentes del palacio para hacer sus presentaciones ante los mil invitados del rey.

Recuerdo a Álvaro Mutis con sus carcajadas que llenaban los espacios. Recuerdo al integrante de los vallenatos que lloraba de desesperación porque “su órgano” se le había encogido y su mujer al regreso lo iba a matar. Hubo que convencerlo de que cuando volviera al calor de Valledupar todo volvería a sus justas proporciones. Recuerdo al maestro Escalona tomándose un vaso gigante de un ají fuertísimo creyendo que era salpicón. Recuerdo, en el banquete real, nuestra mesa, la colombiana, a todos los señores de frac impecable y las consortes con sus mejores galas. Todos sentados en la primera mesa, con los ojos arrasados de lágrimas por la emoción al escuchar a Totó. Al pillarnos a la reina llevando el ritmo con las manos y a todos los invitados acompañándola, como si una descarga eléctrica hubiera dado vida al enorme recinto.

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Recuerdo el escenario: a la izquierda todos los galardonados vestidos de pingüinos menos Gabo, con su liquiliqui blanco. A la derecha, toda la realeza, vestida de pingüino menos la reina, vestida de blanco. Brillaban cada uno con luz propia. Recuerdo que el periódico más importante de Estocolmo al día siguiente tituló en primera página: “Colombia nos ha enseñado cómo se recibe un Nobel”. Recuerdo la noche de las velitas, el ritual sagrado con que Estocolmo celebra el término de la noche más larga y el comienzo de la llegada de la luz. En fin, recuerdo a Gabo, con sus manos juntas, de pie en el escenario después de recibir el galardón, con esa mirada dulce y cargada de emoción. La misma mirada y las mismas manos de una de las fotos que vimos en su ochenta y cinco aniversario.

Queda el libro De Aracataca a Estocolmo. El único testimonio de ese viaje alucinante, escrito por sus amigos del alma. Me dicen que Colcultura, ahora ministerio, nunca guardó ese archivo. El libro se agotó hace muchos años. Ojalá Mariana Garcés lo pudiera recuperar. Un incunable. Lo demás se va evaporando en la memoria. Lo escrito siempre vivirá. Gracias de nuevo a la W.

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