No, no nos asustemos. Ser mercenario es uno de los oficios más antiguos del mundo, como la prostitución. ¿Quiénes son los más culpables? “¿El que peca por la paga o el que paga por pecar?” Hagamos un poquito de historia y tratemos de mirar al ser humano que trabaja en estos campos. No juzgo ni pongo calificativos. Los imperios, las conquistas y las victorias no existirían sin ellos. Nadie puede meter la mano en el fuego, como tampoco tirar la primera piedra.
La palabra viene del latin mercenarius, y la define la Real Academia Española como “soldado que lucha a cambio de dinero o de un favor, sin ninguna motivación y nula consideración con la ideología, nacionalidad, preferencias políticas o religiosas para el bando por el que luchan. Se les llama también soldados de fortuna”.
Este oficio se remonta al antiguo Egipto, unos 1.500 años antes de Cristo. Ramsés II reclutó a 18.000 griegos pagándoles con parte de lo que saqueaban, comida y agua. Lo mismo que Jerjes, rey de Persia, Alejandro Magno y Cartago contratando a pastores de las islas Baleares.
Tampoco podemos olvidar a los Mamertinos (hijos de Marte), soldados italianos contratados por los griegos de Siracusa en las guerras púnicas. Ni los del Imperio romano con sus “bárbaros”, ni la Guardia Varega del Imperio bizantino, con su líder Harald II, que incluso llegó a ser rey de Noruega. Los famosos “routiers” de Francia, destacados por su crueldad, falta de escrúpulos, saqueos y pillajes. Los mercenarios suizos, los Condottieri, los Mamelucos.
Los llamaban buscafortunas, caballeros andantes, hijos perdidos, ovejas negras, “hombres de todo el mundo y ningún sitio”.
Se conocen como conquistadores a los guerreros exploradores que invadieron América del Sur. No fueron soldados del ejército nacional español, sino mercenarios que se apuntaron a las expediciones para construir fortunas con el botín de las guerras. A ellos se les unían el clero católico y nativos de América, todos conocidos por su fuerza y brutalidad.
Simón Bolívar, nuestro héroe de la Independencia, no hubiera ganado sin la ayuda de las legiones británicas, grupos de mercenarios de Inglaterra, Escocia e Irlanda que lo apoyaron por motivos económicos.
Aquí no más, en 1989, un grupo de mercenarios británicos, encabezado por el escocés Peter McAleese, llegó a Colombia para matar a Pablo Escobar, contratado por otro cartel de la droga.
Academi Blackwater de EE. UU. contrató a más de 7.000 soldados retirados colombianos para Dubái. G4S Secure Solutions opera en más de 125 países. GardaWorld funciona en Libia y Nigeria. Defion International, con sede en Lima, opera en Dubái, Filipinas, Sri Lanka e Irak.
Lo cierto, tristemente, es que los soldados “son hombres a los que se les educa y prepara para la guerra. Están preparados para la muerte, no para la vida. Se pensionan jóvenes, no se les enseña cómo reintegrarse a la vida civil ni se les otorga asistencia psicológica para tratar las secuelas psíquicas de la guerra. Muchos de ellos tienen necesidades económicas, y de ese desamparo y abandono se nutre el mercado mundial de mercenarios, porque lo único que conocen es la guerra”, escribe Alfonso Manzur.
Lo de Haití, estoy de acuerdo con Manzur, es solo la punta del iceberg, “porque en Colombia existe una ruptura entre la Fuerza Pública y la sociedad civil”.
Admiro y respeto las Fuerzas Armadas de Colombia. Admiro a esos jóvenes anónimos para nosotros que han dado su vida, aquellos que arriesgan todo. Son la mayoría. Tal vez si escarbáramos un poco dentro de nosotros mismos sentiríamos un poco de compasión. Sería importante unan reestructuración académica y de asistencia para aquellos soldados que pierden la brújula al retirarse de la institución. Enseñarles a vivir, abrirles sus ojos a otros sueños y esperanzas, darles una nueva oportunidad. Sus destinos no pueden seguir atados al combate.
Al inútil combate de la muerte: la vida es sagrada para todos. “Es más fácil indignarse que pensar”, escribió Marguerite Yourcenar.