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De la inquisición a la espiritualidad

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Aura Lucía Mera
09 de diciembre de 2025 - 05:05 a. m.
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El poder universal de la Iglesia Católica ha casi desaparecido. Se acabaron aquellos siglos de poder absoluto. La historia del Papado es una historia tenebrosa de ambiciones, traiciones, lujuria y asesinatos. Se otorgaron a sí mismos la sagrada representación de Dios sobre la tierra y la infalibilidad; nada más ni nada menos. Cuando ellos hablaban no eran ellos, era el mismísimo Dios del Universo quien hablaba, imponía dogmas y amenazaba con las llamas eternas del infierno para toda la eternidad a quien osara contradecirlos.

Un machismo enfermizo. Se creaban órdenes que se odiaban entre sí, rivalizando en poder, riqueza y devotos: dominicos, jesuitas, franciscanos, carmelitas, benedictinos. Sectas cerradas, templos recubiertos de laminilla de oro, iglesias llenas de mármoles, pintores famosos obligados a plasmar lienzos con motivos y temas religiosos, vírgenes, niños, crucifixiones, pesebres, ángeles gorditos, santos flagelándose, viviendo en cuevas acompañados de calaveras y leones; otros encerrados en claustros lujosos dedicados a la contemplación eterna, a recitar y cuidar de las huertas.

Basta recordar cómo, a comienzos del siglo XIV, el rey Felipe IV de Francia, por celos del poder que tenían, suprimió y exterminó la Orden de los Templarios, acusándolos de herejes y condenándolos a prisión y torturas que culminaron con la muerte del gran maestre Jacques de Molay en la hoguera en 1314. La Orden Templaria terminó de ser disuelta por el papa Clemente V en el Concilio de Vienne.

Épocas macabras de Inquisición, quema de libros, Index Librorum Prohibitorum, que “alentaban contra la fe y la moral”. Descartes, Sartre, Montesquieu, Copérnico, Maquiavelo, Zola, Balzac, André Gide y Darwin eran considerados puerta segura al infierno para quien los leyera. Solo en 1966 el papa Pablo VI suspendió esta atrocidad (y yo creyendo que los libros “malos” eran los que decían malas palabras).

Basta ver la riqueza morbosa y espeluznante del Vaticano, nada que ver con la palabra y la vida de Jesús, ese nazareno cuyo nacimiento estamos próximos a celebrar. La realidad es que los seminarios están cada vez más vacíos y ver una monja es casi una aparición fantasmagórica.

Por fortuna, se acabó el Concordato, la Constitución de 1991 estableció la libertad de culto y llegaron papas cálidos como Francisco. Muchos sacerdotes han cambiado el lenguaje de sus sermones, logrando transmitir de manera más humana las enseñanzas de Jesús.

No obstante, nuestro país se convirtió en un país laico y, ante todo, en uno con un regreso a la espiritualidad. Menos sacramentos y más acciones de honestidad, generosidad y compasión; acciones individuales que no necesitan la camándula, sino la comprensión y el amor incondicional, sin mantillas ni guantes.

Un regreso a Jesús, un regreso a la vida normal, sin miedos ni dogmas ni infiernos ni mojigaterías de fachada.

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