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DEL CAJÓN DE LAS IDEAS

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Aura Lucía Mera
12 de agosto de 2008 - 02:25 a. m.
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DE PEQUEÑA ME ENSEÑARON QUE EL Espíritu Santo estaba en todas partes, pero que tenía un inconveniente y era que no lo podíamos ver.

Esto me trajo bastantes conflictos. Era como tener un espía siempre, además en forma de paloma invisible, que revoloteaba constantemente a mi alrededor mirándome y sin  permitirme jamás tener nada privado para mí sola. Pensamientos, palabras, acciones, deseos estaban vigilados al milímetro y de todos mis actos, buenos, malos, tenía que dar cuenta cuando pasara a la otra vida. Más que atemorizarme este inventario, que se podía atenuar con jaculatorias, contricciones y reparaciones, me molestaba el no poderlo ver. Una especie de fantasma alado, inasible y permanente. Con razón, en inglés se le denomina el Holy Ghost.

Sin embargo el 7 de agosto pasado terminó el malestar. El Fantasma omnipresente había encarnado. Y nada menos que en nuestra muy augusta figura presidencial . Como lo leen: Álvaro Uribe le ganó al Espíritu Santo: está en todas partes, pero tiene la ventaja que lo podemos ver. De hecho, el 7 Patrio lo vimos, en vivo y en directo, o en diferido, en todas partes: con el Real Madrid, con los militares en ceremonia oficial, dando clases de equitación a los niños, dirigiéndose al pueblo colombiano. Me tranquilicé. Le había ganado la parada a la paloma gaseosa. Era de celebrar.

Los canales de televisión, especialmente el Institucional, casi no dan abasto. Tenían que registrarlo en todas las ceremonias. Su presencia simultánea copó la programación. Lo vimos de corbata, lo vimos en camisa azul, lo vimos en chaqueta beige deportiva, con gafas, sin gafas, a caballo, con la mano en el pecho, sentado en las bancas del estadio. Alucinante. Estaba, realmente, en todas partes y lo pudimos o tuvimos que ver. Hit al altísimo. “Jonrón” como decimos en béisbol tropical.

Lo que más me gustó fue la lección de amansar potrillos.  Se les pasa el dorso de la mano por el hocico, se le acarician las orejas, se le sujetan las patas acabadas de nacer con un lazo, se le amarra la boca y se le pone la mamá yegua en frente, para que camine sin temor. Los subalternos obedecen: hijos, generales, coroneles. Los niños entonces se acercan, le dan un beso al animalito, repiten que aman los animales y salen corriendo a la tribuna para sentarse juiciosos, colorados y acezantes. A los caballos fuertes, grandotes, de cuello macizo y patas finas se los monta con decisión, se les aprieta con las piernas y un tris de espuela, pequeña y filuda y se los obliga a hacer ochos, zetas, arrancar en galope feroz, frenar en seco ante la multitud que grita excitada, salvada a último minuto de ser aplastada por el animal. Luego la desmontada y la desaparición del animal a su pesebrera.

El presidente Uribe ya no tiene por qué preocuparse sobre su posible reelección. Ya puede dejar las riendas en otras manos. La lección estuvo perfecta para su posible sucesor: pierna fuerte, mano suave, acariciar orejas, restregar el dorso en los hocicos, amarrar cuartos traseros, galopar, frenar, mandar. Sin moverse de la silla. Sin sacudones ni dudas. La mirada en el infinito, la sonrisa apretada y el control perfecto.

Cualquier parecido con su forma de gobernar no es pura coincidencia. El que domina un caballo, el que amansa un potrillo empezando por las orejas, sabe mandar. Ya sabe el Mandatario: cuando sea ex, tiene oficio asegurado: montar una escuela de equitación para formar futuros políticos, gobernantes en embrión. Lo que no entiendo es por qué no se le midió a la Alta Escuela. Tal vez este arte exige una mayor concentración, lo que impediría poder estar en otros lugares simultáneamente como el Holy Ghost.

El Presidente, cuando sea ex, ya tiene oficio: montar una escuela de política equina. El que maneja un caballo, el que amansa con sus manos un potrillo, tiene en sus riendas una nación.

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