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“¿Dónde se traza la frontera? ¿Se está mejor aquí o allá? ¿Dónde se encuentran los buenos y dónde los malos? ¿Es mejor estar de este o del otro lado?”.
Estas palabras, escritas en la contrasolapa del último libro de Alfredo Molano, Del otro lado, nos quedan martillando en la cabeza sin descanso. Picotean la conciencia mostrándonos la verdadera realidad colombiana. Esa realidad que ya ni siquiera consideramos propia, porque más de 50 años de sangre nos han formado un callo de insensibilidad que nos hace vivir las tragedias como si fueran en tercera dimensión.
Hablo en plural, porque me identifico con esos miles de hermanos de patria que nos sucede lo mismo. De todas las categorías socioeconómicas y étnicas. El desangre del departamento del Cauca no conmueve en La Guajira. Y ningún barranquillero, santandereano, boyacense o samario se entera ni se deja pellizcar por los miles de colombianos que sobreviven al otro lado del río San Miguel.
Como escribe en el prólogo Carlos Arcos Cabrera, “en las historias de Alfredo Molano hay algo que puedo llamar hiperrealismo. Es un punto en que todo lo que sucede es a la vez posible o increíble... ¿Para que leo esto? Atrapado como estoy en estas historias, busco una salida pero no puedo escapar...”. “Las seis historias de Alfredo Molano no son ‘zappeables’, aunque intentes, no podrás escapar de vidas signadas por la violencia no elegida... sino de vidas que la violencia ha elegido...”. “Las historias de Molano son un recordatorio de que no hay víctimas anónimas de la violencia”.
El pájaro carpintero me martilla sin cesar... No le importa si estoy dormida o despierta, leyendo o mirando una película. Tampoco puedo desprenderme de Demetrio, de Iris, la mujercita que “sacó a vivir en lo limpio”, sus enormes brazos para aserrar madera, para amasar pan, para raspar la coca, para cebar los marranos.
Mariana, la mujer Siona, empujada por “los blancos” sin misericordia de sus tierras, buscando dónde afincar de nuevo sus chagras, para poder comer. Mariana, empujada a otras tierras, otros oficios; Mariana actualmente trabajando al otro lado de la frontera para “los blancos”, limpiando potreros y parando cercas. Sin los taitas que la guíen. Ahora manda el patrón...
El Abeja, a quien persigue ese muerto que mató, “lo maté, lo maté del todo. Lo maté en paro. Se le fueron las piernas y cayó redondo como un bulto... Me embadurnó con su sangre. Eché a correr. Sabía que lo había matado porque la muerte se siente”. El Abeja y su peregrinar por toda la geografía: raspachín, dueño de discoteca, ganadero o traqueto, huye siempre por las selvas, por los ríos, escondiéndose en cuevas, en manglares, hasta encontrar un poco de reposo en Ecuador.
Nury, El Maromero, Rosa... ya están dentro de mi piel. No son “zappeables”, marcan como hierro. Del otro lado, un libro-testimonio que todos los colombianos nos tenemos que leer para volver a despertar, para que el sufrimiento, la sangre y la zozobra de tantos y tantos nos toque y nos timbre. Para poder entender que formamos parte de ese todo convulsionado y así poder reaccionar.
