A través del enorme ventanal diviso Subachoque, enmarcado por colinas verdes, eucaliptos, sembradíos de papa y fresas. El sol se va desvaneciendo en naranja. Ítaca es el nombre de la casa, en homenaje a Cavafis, cuyo poema inmortal está tallado a la entrada en una lámina oxidada color cobrizo, permitiendo el paso de la luz por la noche. En este caso, contrariando a Ulises, su propietario inicia el viaje “lleno de aventuras, lleno de experiencias”.
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A través del enorme ventanal diviso Subachoque, enmarcado por colinas verdes, eucaliptos, sembradíos de papa y fresas. El sol se va desvaneciendo en naranja. Ítaca es el nombre de la casa, en homenaje a Cavafis, cuyo poema inmortal está tallado a la entrada en una lámina oxidada color cobrizo, permitiendo el paso de la luz por la noche. En este caso, contrariando a Ulises, su propietario inicia el viaje “lleno de aventuras, lleno de experiencias”.
Su enorme biblioteca me recibe con un tesoro que daba por perdido. Aracataca Estocolmo, el único relato escrito del periplo de Gabriel García Márquez en Suecia cuando fue a recibir el Premio Nobel de Literatura en 1982.
Revivo cada minuto. Cada fotografía me remueve emociones y memorias. Yo estaba en la dirección de Colcultura, nombrada por el presidente Belisario Betancur. Recuerdo, como escribí en el prólogo, aquel amanecer que estremeció a Colombia. Cadenas de radio, titulares de prensa, llamadas telefónicas, gritos en las calles, Gabo el nobel. Pero el premio también era de nosotros y había que celebrarlo. Gabo no quería estar solo en la helada Estocolmo, quería sentir el calor de su gente, el colorido de su tierra, la música, vibrante o melancólica, de sus regiones. Melquíades ya había llevado el hielo a Macondo, ahora Macondo llevaría la magia del trópico al Ártico.
El presidente dio la orden de partida, ¡Colombia entera acompañaría a Gabo! Sus amigos de vida fueron los invitados de honor: su hermano Eligio García, Gonzalo Mallarino, Álvaro Mutis, Alfonso Fuenmayor, Germán Vargas, Álvaro Castaño Castillo y Gloria Valencia, Fernando Gómez Agudelo y Teresita Morales, la Tita Cepeda, Guillermo Angulo, el maestro Escalona, Plinio Apuleyo Mendoza...
Gloria Triana —este artículo se lo dedico a ella— fue la responsable de escoger lo más puro del folclor colombiano y con profesionalidad y sabiduría realizó su labor. Totó la Momposina, la Negra Grande de Colombia, las Danzas del Ingrumá, los Copleros del Tranquero y los Vallenatos se presentarían en el banquete de más de 1.300 personas, rompiendo la tradición sueca por primera vez en la historia.
“Las cosas nunca más serán como antes en la Sala Azul del Ayuntamiento. No desde que García Márquez y sus amigos colombianos nos mostraron cómo debe hacerse una fiesta Nobel” (del periódico sueco Dagens Nyheter).
La narrativa del viaje la escribieron sus amigos: Mutis, Fuenmayor, Castaño, Mendoza, Vargas, Mallarino. Ya casi todos fallecidos. Gabo también. Un libro tesoro, incunable, que nunca se volvió a imprimir y Colcultura, después en categoría de ministerio, tampoco guardó en sus archivos negativos ni textos.
Jamás Colombia podrá deleitarse de nuevo con esas páginas singulares, esa prosa impecable, esa experiencia irrepetible narrada por ellos mismos, esas fotografías llenas de vida, ritmo, pasión, testimonio de instantes únicos desde la mirada de Nereo López y Hernando Guerrero.
La primera y única vez que Colombia, sus piezas del Museo del Oro, sus cuadros de los mejores pintores y todas las etnias irrumpieron y llenaron de luz, sol y alegría esa capital helada en su invierno decembrino.
Este gobierno que inicia debería recuperarlo. Es el único libro sobre Gabriel García Márquez en su viaje alucinante, narrado por sus alucinantes amigos. Aracataca Estocolmo. Colombia tiene el derecho de conocerlo, gozarlo y guardarlo en su memoria.
Gracias, Gloria Triana. Tú hiciste posible un sueño que se creía imposible. ¡Y lo logramos! Le mostramos al mundo nuestra pluralidad étnica y cultural. ¡Un antes y un después!