ME DEDICO, EN ESTA CIUDAD MÁgica, llena de cúpulas, altares recubiertos en pan de oro, esculturas policromadas de infinita belleza, callejuelas empedradas, claustros de clausura, cielos azules, patrimonio de la humanidad, a sondear hombres y mujeres de todas las clases socioeconómicas.
Desde “los pelucones”, como les dice el presidente Correa a aquellos que pertenecen a la clase alta cultural y económica, taxistas, vendedoras ambulantes con sus atuendos indígenas, sus collares dorados, sus largas trenzas, acomodadores de la plaza de toros, visitantes de la feria del libro. Como si se hubieran puesto de acuerdo en sus respuestas, la unánime al preguntarles sobre el Presidente y su estilo de gobierno es que lo ven como un hombre honesto, con buenas intenciones de hacer un cambio profundo en el país, acabar con la corrupción enquistada desde hace siglos, pero que no comparten su agresividad, sus peleas con todos los países vecinos, sus arrebatos de ira ni sus decisiones arbitrarias y erráticas, basadas más en la emocionalidad que en el raciocinio. Esto, grosso modo. Y la sensación que queda en el aire es que los ecuatorianos se están cansando de tener una especie de perro con peste de rabia como dirigente. El principal movimiento indigenista que ya se ha cargado algunos presidentes. Los periodistas reclaman la mordaza a la libertad de prensa que se extiende cada vez a más medios de comunicación tanto en la prensa escrita como en la radio y la televisión. Sus alocuciones sabatinas al estilo Chávez ya generan desespero y tedio.
No comparten tampoco las peleas con el presidente Lula da Silva, con el peruano Alan García, con el colombiano Álvaro Uribe ni mucho menos con Estados Unidos. Están conscientes de que su país es bello pero frágil. Que necesita de buenas por no decir óptimas relaciones con sus vecinos y que el modo no es amenazando con no pagar las deudas externas ni echando a la calle de un momento a otro empresas multinacionales. Se siente un ambiente de expectativa, mezcla de esperanza, temor y rechazo. Respecto al rencor y la enemistad casada con Colombia, lo curioso es que casi todos mis “sondeados” están felices con que hayan eliminado a Raúl Reyes, aunque critiquen la “invasión”, que muchos consideran como un mal necesario pero puntual. Temen que la guerrilla, los paras, las pirámides y el narcotráfico se cuelen en su país y lo empiecen a destrozar, como pasó con el nuestro. Ecuador es un país de paz. Un país orgulloso de sus ancestros, de sus tradiciones, de sus volcanes, de su mar, de sus ciudades y de sus fiestas. La tal xenofobia contra los colombianos no existe.
El Café Juan Valdez en plena avenida Amazonas es punto de encuentro de turistas y quiteños. Somos hermanos no sólo de sangre ni de orígenes, sino de corazón. Ningún presidente, ninguna ley , ninguna garrotera política o politiquera lograrán separarnos jamás.
Quito en sus fiestas es ejemplo de alegría, cultura, comparsas, corridas de primera categoría. Su alcalde Paco Moncayo es considerado como el mejor alcalde latinoamericano. Logró la transformación de su ciudad. Es un ídolo para todos los ciudadanos... Lleva ocho años y lo quieren seguir reeligiendo ad aeternum... lo mismo al alcalde de Guayaquil, Jaime Nebot. El progreso de sus ciudades está por encima de cualquier partidismo político... ¿aprenderemos algún día?