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Lave sus manos con agua y jabón. Este estribillo pegajoso que aparecía en radio y televisión continuamente y durante mucho tiempo de pronto salió del aire y se evaporó.
Ignoro de quién fue el jingle. Ignoro por qué lo quitaron. Para mí, fue una de las mejores campañas educativas que existieron. Corta, pegajosa, en la tele salían niños y adultos de diferentes etnias y estratos, sonrientes, lavándose las manos y haciendo espuma. Así de simple y potente fue el mensaje. Nada de discursos ni teorías científicas. “Después de hacer pi o po, lave sus manos con agua y jabón”. Han pasado años y todavía la tarareo.
Confieso que me da asco entrar a un baño público, sobre todo si es mixto. Muchos no tienen jabón ni papel para secarse las manos. Lo peor de todo es abrir las puertas a sabiendas de que el anterior usuario no se ha lavado nada. Y aclaro que siento lo mismo si el baño es en un pueblito, un aeropuerto o un restaurante de cien estrellas. Lo que sucede dentro de ellos siempre será una incógnita.
En los centros comerciales no entro ni pagada. Muchos transeúntes, y con razón, ingresan a ellos solamente a “aliviar el cuerpo” porque ninguna ciudad de Colombia tiene baños públicos y las miles de personas que deambulan por las calles son humanos y tienen necesidades. En esto, Ecuador nos lleva años luz de ventaja. Cada pueblito, por mínimo que sea, tiene en su placita principal lugares limpios y cuidados para sus habitantes.
Si a esto le sumamos que si el que se encierra en su cubículo, además de hacer lo que tiene que hacer, tose, pues que nos cojan confesados. Me he dedicado a practicar la venia japonesa y la juntada de manos en actitud de oración con venia incluida, que en la India lleva un mensaje muy bello: “El Dios que hay en mí saluda al Dios que hay en ti”. La comunión y el abrazo de la paz también los voy a poner en entredicho.
No soy muy de misa, pero en ciertas ocasiones participo del rito y hace poco observé que el cura, que no sé si se ha lavado las manos, le pone en la boca a cada comulgante la hostia. No sé si acumula babas de cada feligrés y las reparte al siguiente. Yo pongo las palmas de las manos, pero eso no asegura nada. Dejaré de asistir a estos rituales mientras exista el riesgo de coronavirus. Y el abrazo de la paz, también erradicado.
Los carritos de los supermercados, los pasamanos de las escaleras automáticas, la manija exterior de los taxis, los devaluados billetes que de por sí huelen agrio, las monedas, las revistas de los consultorios, las salas de velación con asistencia masiva, los gimnasios llenos de sudor y amotinados de olores, en fin, que si me pongo a hacer una lista de riesgos y enemigos solapados e invisibles no acabo.
Toda esta amenaza exacerbada por los medios de comunicación, los tuits... lograrán que nos encuevemos como los hititas en la Capadocia y no salgamos ni pongamos la nariz fuera del cuarto. Como no hay mal que por bien no venga, a lo mejor ayudamos a descontaminar el planeta. A no seguir cayendo en la trampa del consumo, a no empujarnos, a ahorrar y dedicarnos más tiempo.
Posdata. ¡Después de hacer pi o po, lave sus manos con agua y jabón!
