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El libro del escritor y periodista cultural de El País (España), Vicente G. Olaya, titulado La costurera que encontró un tesoro cuando fue a hacer pis, lo encontré en otro tesoro: las cuevas de Altamira. No soy experta; más bien, soy analfabeta en cuestiones de arqueología, descubrimientos de restos de millones de años, ciudades y palacios enterrados, genios que viven en cuclillas con una brochita limpiando tierra y sacando huesitos, estudiándolos, comprobando cuántos siglos tienen y de qué murieron. Los respeto y los admiro, pero no los entiendo. Solo al marido de Agatha Christie, quien, ya anciana, se convirtió en la joya de su marido arqueólogo...
El título me encantó. Imaginé que se trataba de algo bien escrito pero ameno y comprensible para neófitos como yo, y que me descubriría relatos fantásticos, como un “ábrete sésamo” a nuevas experiencias. No me equivoqué.
Trata del caso de Escolástica, una joven campesina de Guadamur quien se dirigía a Toledo acompañada de sus padres para aprender modistería y ayudar en la rala economía familiar. Ya de regreso, entre huertas y olivares, se alejó y eligió para hacer pis una especie de tapia. Cuando terminó y empezaba a calzarse, se quedó hipnotizada, llamando a su padre. Le parecía que en aquella grieta brillaba una alhaja. El padre empezó a remover la tierra con el azadón y comenzaron a aparecer kilos de oro en forma de coronas, crucifijos, cadenas, y joyas con piedras preciosas como esmeraldas y rubíes. Resultó ser el tesoro encontrado de los reyes visigodos. No les digo más...
“Un poblado donde, si te despistabas, te introducían un clavo en el cráneo”. Olaya nos cuenta que “nadie conoce su nombre, pero sí su rostro: joven, barba mal afeitada, rubio, ojos marrones…”. Reconstruido digitalmente se ve cómo quedó su cabeza después de ser decapitado por un soldado íbero. La cabeza, en una bolsa de cuero, llegó al pueblo y el soldado le perforó el cráneo con un clavo y una piedra. Después la colgó en la puerta de su casa y se sentó a recibir las felicitaciones de sus vecinos en Ullastret, Gerona. Horas después, al anochecer, las antorchas brillaban junto a los centenares de cabezas perforadas de los enemigos. Este terrorífico suceso fue descubierto veintiséis siglos después, gracias a este cráneo perforado que recuperó sus ojos y su rostro gracias a la tecnología.
La Dama de Elche se salvó de “papaya” de su destrucción inminente. Francisco Presedo estaba consciente de que los tonos azul celeste, rojo y amarillo se volverían grises. Salió como alma que lleva el diablo a agarrar sus botes de laca para salvar a aquella mujer “de gesto hierático sentada sobre un trono alado…”. La cubrió del líquido y embadurnó todo lo que pudo de esa estatua sentada de piedra arenisca, salvándola. Ella lo miró, sin pedir nada, como en sus últimos veinticuatro siglos.
De comprar para hacer una plazoleta inmensa de parking subterráneo para que los turistas pudieran aparcar, “se tiraron literalmente y volvieron mierda el antiguo Alcázar…”. Nadie protestó. Una de las más bellas edificaciones de la cultura árabe quedó vuelta añicos para darle espacio a los automóviles. Y esto, impunemente, con la venia de los más recientes alcaldes de la ciudad.
Este libro ojalá llegue a Colombia. Es un tesoro para conocer un poco de esa historia de Hispania, esa mezcla de culturas: celtas, ibéricos, visigodos, romanos, árabes, franceses… hasta remontarse a los que llegaron hace millones de años, cuando la Tierra estaba caliente y daban saltitos…
