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Me encantan los libros autobiográficos. Siento una curiosidad infinita por saber qué hay detrás del título, la profesión y el cargo. Descubrir al ser humano sin careta. Qué siente, cómo fue su infancia, qué temores tuvo. Saber de sus ilusiones y fracasos, de los sueños no cumplidos y los que sí se cumplieron.
Entrar en esa filigrana de intangibles que forman la personalidad, las pasiones, los sentimientos y las fragilidades que se esconden bajo la bata blanca, la toga, el diploma, la sabiduría académica, el poder del cargo o las manos callosas de aquellos que escarban los frutos de la tierra, las pieles surcadas de arrugas prematuras, las sonrisas forzadas, las miradas que enfocan una nostalgia no compartida, en fin...
Esto me recuerda un taller de esos que estuvieron tan en boga hace unos años sobre autoconocimiento, sanación, descubrimiento del yo herido interior, etc. La gurú preguntaba por turno: “¿Quién eres?”, y por turno contestábamos: “Ingeniera”, “periodista”, “ama de casa”, “pintora”, “profesora”. Hasta que terminábamos y resonaba su voz sabia: “Ninguna ha respondido quién es. Todas han contestado qué hacen”. Silencio avergonzado y sepulcral. Esa es la verdad. “No sé quién eres si tú no me lo cuentas”. Así de fácil. Así de difícil. Recuerdo también ese famoso libro: ¿Por qué tengo miedo de decirte quién soy?, o el famoso refrán popular: “Se ven caras, pero no corazones”.
Jamás pensé en leer algún libro de un economista. Es una ciencia que no entiendo. Pertenezco al producto interno bruto de la ignorancia en la materia. Inflación, elusión, evasión, contracción, tasa. Ignorancia crasa. Por lo tanto, jamás se me pasó por la mente leer el último libro de Salomón Kalmanovitz, ese genio económico que ha ostentado los cargos más importantes en este país: profesor de Economía en la Universidad Nacional, profesor emérito de Ciencias Económicas de la Tadeo, miembro de la Junta Directiva del Banco de la República, escritor, visitor scholar en Harvard y decano de Economía.
Hasta que sucedió lo impensable. Me puse a hojear su libro Ejercicios de memoria creyendo que era un tratado de matemáticas para dummies y, oh, sorpresa. No pude parar de leerlo. Me zampé las 229 páginas de un tirón, descubriendo fascinada al hombre. Esa infancia en la Arenosa. Su padre lituano, llegado en 1930, dueño de una cacharrería en la calle de las Vacas. Su madre, que venía de Polonia para casarse con un señor que no conocía de nada y de casualidad se topó con Kalmanovitz, alto, guapo, ojos azules y buena condición económica. Era la época en que las pocas familias judías tenían que importar a sus esposas para poder continuar las tradiciones.
Su primer colegio con monjas, las miradas feroces de los niños católicos (él era de la raza de los que habían matado a Cristo) y su expulsión fulminante cuando volvió trizas la imagen de la Virgen porque se recostó en la silla y la estatua estaba detrás: “Judío tenía que ser”. Su paso por el Hebreo y al final el Americano.
Cómo se sentía atrapado dentro de la comunidad judía, queriendo ser reconocido como colombiano. Esa relación de amor-odio con sus padres. Sus primeros escarceos amorosos, su primer matrimonio con la mamá de sus dos hijos. Su segundo matrimonio con Sylvia Duzán, a quien asesinaron dos años después. Su salud frágil. Su relación actual con Marta.
Cómo se fue compenetrando con su profesión, con su ideología de izquierda coherente después de haber vivido a fondo los 60 revolucionarios, cuando todos estábamos enamorados del Che, Fidel y Camilo. Sus logros académicos.
Kalmanovitz, en una narración sobria, sin adornos literarios ni arandelas, honesta, vertical, sencilla y clara, nos abre su alma y nos comparte los sentimientos, dolores y sucesos que lo forjaron como uno de los intelectuales más importantes del país, con una franqueza sin escondrijos, tan poco usual en los personajes de nuestra historia contemporánea.
Ya alejado de la política, pero fiel a sus principios, sigue escribiendo su columna semanal en El Espectador y otros medios. “Un espacio modesto que me permite alzar la voz para defender causas que me parecen justas”. En su epílogo afirma: “Otro problema grave de la sociedad colombiana es la fortaleza tradicional de la derecha y su influencia electoral decisiva. Mis incursiones en política fueron buenas experiencias, a veces duras, que me dejaron algunos pocos triunfos y muchas derrotas. El oficio de escribir me permite ser testigo de 50 años de historia colombiana, dejando un legado que las generaciones venideras podrán juzgar y aprovechar”.
