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El alcohol mata

Aura Lucía Mera

04 de noviembre de 2025 - 12:05 a. m.
“Ninguna discoteca debería premiar al que consuma tal cantidad de licores diferentes; es invitarlo a la muerte”: Aura Lucía Mera.
Foto: Archivo Particular

La muerte de una joven vinculada al exceso de alcohol en una discoteca de Cali hace unos días nos deja una dolorosa lección. El alcohol mata. Punto. Es la droga más peligrosa, muchísimo más que la cocaína o la marihuana. Es la única droga socialmente aceptada, hasta tal punto de que quien no bebe en las fiestas es visto como un “huevón”, aburridor y raro.

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El alcohol es sinuoso, malévolo. Su curva de tolerancia es larga; por eso mismo es tan difícil aceptar que se es alcohólico. Al comienzo produce euforia: los jóvenes, adolescentes tímidos e inseguros en sus primeras fiestas, se toman “un traguito” y se atreven a bailar, a conversar, a contar chistes. La vida les sonríe. Hasta declaran su amor, cosas que no harían a palo seco. Y el cerebro busca placer. Primera victoria.

La adicción a la sustancia puede llegar muchos años después. El cuerpo va pidiendo más y más. Es fácil confundir al borrachito ocasional con el alcohólico. Generalmente, el “borrachito”, a la tercera vez de que se vomita donde no es y amanece con un guayabo de siete suelas, no vuelve a tomar demasiado porque su cuerpo lo rechaza. El alcohólico, en cambio, al comienzo tiene una inmensa tolerancia y no se emborracha fácilmente, hasta que cae en las garras de este enemigo implacable. Y si no logra parar, su destino está firmado: cárcel (por matar a alguien, por violencia o accidentalmente), manicomio (el cerebro se va deteriorando) o muerte prematura y poco digna. No lo afirmo yo, lo dicen las estadísticas.

Vuelvo a esta muerte trágica, la crónica de una muerte anunciada. En primer lugar, ninguna discoteca debería premiar al que consuma tal cantidad de licores diferentes; es invitarlo a la muerte. El aguardiente es licor de caña; el vodka, licor de papa; el wiski, licor de cebada. Ya de por sí, nunca deberían mezclarse.

La joven, tal vez ignorante, buscó ese premio “para ayudar a una amiga” y terminó falleciendo. No fue el último trago: se envenenó paulatinamente. Al sentirse intoxicada, trató de vomitar y broncoaspiró; algo que jamás debió suceder y que ocurrió a la vista de todos. Triste lección. Tragedia trágica y buscada. Discoteca irresponsable que deberían sancionar. Un marido viudo, una pequeña huérfana, unos padres desolados.

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Las rumbas seguirán y se acerca diciembre, mes de alcohol venteado, mes de crímenes, violencia intrafamiliar, accidentes de tránsito. Nada que ver con ese niño que nació en un pesebre. Empieza una vaca loca de nunca acabar. El diablo feliz haciendo hostias, disfrazado de pastor de Belén y de villancicos, además adobado con el grado de intolerancia, vulgaridad y violencia que nos rodea. Pues ni hablar del peluquín.

Ojalá estas tragedias no se repitan. En mi caso, yo debería estar muerta hace muchos años porque mi tolerancia era enorme. Gracias a la cocaína, que me mandó al fondo del infierno, fue que pedí ayuda. El alcohol mata. Punto. Acordémonos de que no hay mejor droga que un cerebro limpio de droga.

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