Definitivamente la realidad supera cualquier ficción.
Creo que en ningún país del mundo alistan más de cien mil policías para que “controlen desmanes” el Día del Amor y la Amistad, y, como si esto no fuera suficiente, algunos barrios se ven sometidos al toque de queda para los menores. Las cifras al día siguiente aterrarían a cualquier ciudadano que no viviera en Colombia: muertos, heridos, contusos, víctimas de accidentes de carro, mujeres golpeadas, niñas abusadas...
No creo exagerar si afirmo que el Día de los Muertos cuenta con menos difuntos como saldo que los días del Amor y Amistad, Novios, Padre y Madre. Pareciera que estas celebraciones desencadenaran el monstruo que habita dentro de cada uno de nosotros, y los celebráramos para desahogar todos los rencores, los celos, la rabia incrustada en el fondo del alma contra progenitores, amantes, hijos, nueras, yernos y suegros. Querer acabar hasta con el nido de la perra.
Amor y Amistad. Los sentimientos más delicados y, al mismo tiempo, los más profundos y complejos. Los que nos hacen ver el cielo, o vivir en el infierno. Los que desatan lealtades que van más allá de la propia existencia, o abren las heridas más profundas.
Esos dos intangibles, sentimientos indefinibles. Nadie sabe por qué nos enamoramos, por qué llegamos a creer que sin esa persona no vale la pena la vida. Tampoco sabemos qué nos lleva a escoger nuestras amistades, por qué esas personas y no otras, por qué con unas compartimos los secretos más íntimos y con otras a duras penas nos comunicamos...
Se define la amistad como la forma más delicada del amor. Precisamente porque no hay ingredientes sexuales, ni económicos, ni reproductivos. En la amistad no existen los “ cuernos”, sino la deslealtad. Jamás sabremos si somos nosotros los que escogemos los amigos o son ellos los que nos escogen, o ya estamos “escogidos” desde vidas anteriores...
La verdadera amistad es cómplice, confidente, alcahueta, confrontadora, incondicional, unida por carcajadas y lágrimas, silencios y diálogos. He llegado a creer que se perdona y olvida más fácilmente al ser del cual nos enamoramos, que si nos falla el amigo@ del alma. Tal vez por eso mismo estos días, que se convierten en obligatorios y comerciales, en que nos TENEMOS que reunir, querámoslo o no, a lo largo de la “celebración” adobada con licor, se nos convierta en un bumerán donde salen a relucir trapos al sol, ropa sucia, forúnculos enconados de infancias...
¿Por qué el comercio implacable que lleva a la muerte no suspende “esos días”, y más bien empezamos a celebrar unidos el día del portero universal, o el día del eclipse? ¡Así nadie sacaría sus pasiones y brindaríamos todos en paz!
P.D. Totalmente de acuerdo con María Elvira Samper. Es inaceptable que tengamos un ministro de Medio Ambiente que no distinga la diferencia entre el páramo de Sumapaz y el Desierto de la Tatacoa. Pero está dispuesto a aprender y es buen gerente.
Será buen marido, buen gerente, buen amigo, buen papá... ¿Pero ministro?