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El genocidio español

Aura Lucía Mera
20 de julio de 2010 - 03:00 a. m.

VEINTE DE JULIO. BICENTENARIO. Independencia. Celebramos pero no recordamos. Celebramos pero no asumimos ninguna responsabilidad.

Agradecemos un idioma y una religión impuestas como propias. Asumimos nuestra raza latinoamericana, nuestra mezcla de culturas y tradiciones, y nos creemos el cuento de que llegamos a la mayoría de edad y que nos tratamos de tú a tú con el resto del mundo. Pero pocos recordamos que hasta hace menos de doscientos años todavía la esclavitud no se había abolido en Colombia.

Olvidamos que actualmente la esclavitud es considerada un “crimen de lesa humanidad”, reconocido en todas las instancias internacionales. Olvidamos que durante más de trescientos años Cartagena fue el principal y único puerto, reconocido por la Corona Española, para el desembarco de miles, de cientos de miles de africanos que fueron arrancados de sus tierras, de su patria, de sus orígenes y sus raíces para ser vendidos como mercancía en todo el Reino de la Nueva Granada.

Olvidamos que la Corona Española obtuvo más ganancia con la trata y venta de seres humanos que con todo el comercio en oro, plata, piedras preciosas y otras mercancías. Olvidamos que España, sí, nuestra España, tiene una deuda no reconocida, ni pagada, ni considerada con millones de hombres y mujeres que desarraigaron de un continente para arrojarlos en otro, desconociéndoles todo derecho, dignidad o respeto. Olvidamos que el comercio de africanos en condición de esclavos se inició porque ya España había arrasado y asesinado a la mayoría de la población indígena, léase nativa, que había encontrado en nuestro continente, y a la cual habían sometido, a sangre y fuego, a los trabajos más innobles y salvajes. Olvidamos que al inicio de la colonización se necesitaba más mano de obra, más fuerza bruta, más gente y por esa razón, desde mediados del siglo XV, se acrecentó el comercio humano de africanos cazados como animales y arrancados de sus lugares de origen, Sudán, Congo, Senegal o Nigeria, traídos hasta Cartagena para después ser enviados por los ríos Magdalena, Cauca o las trochas a Perú, Ecuador, Venezuela, las Antillas, el Caribe, Puerto Rico, Cuba o México. Para asentarlos a rejo limpio en el Valle del Cauca, Antioquia, Bolívar, Magdalena, Chocó, Darién, Cauca y cualquier tierra caliente donde pudieran rendir mejor, donde ya el indígena no existía o no podía soportar las temperaturas.

Olvidamos que, como dice el historiador Frossard: “La codicia de Europa le robó a África más de sesenta millones de habitantes”, o como anota Cutin: “En términos de sufrimiento humano ninguna cifra puede contener o aumentar este horror”.

Olvidamos que todos somos responsables de este genocidio. Los que ostentaban el poder durante el dominio de la Corona Española y los criollos que ya poblaban América, que convirtieron esta trata infahumana de seres en el mejor y más lucrativo de sus negocios.

Estas líneas son para invitar a la reflexión. Para invitar, por qué no, al nuevo gobierno de unidad nacional y a España a que ahonden en el tema y algún día todos los afrodescendientes, por lo menos en Colombia, vean un futuro con mejores posibilidades, oportunidades y dignidad. No señalemos otros genocidios sin mirar el que se cometió en nuestra tierra durante siglos. Estamos en deuda. Tanto españoles como colombianos. Y las deudas algún día se tienen que saldar.

 

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