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El infierno de María Jimena

Aura Lucía Mera

22 de noviembre de 2010 - 09:56 p. m.

AL TERMINAR EL LIBRO DE MARÍA Jimena Duzán me envolvieron dos olas.

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Una de asco por la impunidad rampante que impera en este país, donde salvo muy contadas excepciones, todos los asesinatos, desapariciones, masacres, quedan en el olvido colectivo, sin condenas, sin que se sepa jamás la verdad. Así como no les tiembla la mano para matar seres inocentes, ni descuartizar víctimas, ni empujarlas en una fosa común o sacarles las tripas para que no floten cuando las arrojan al río, sacan a relucir toda su cobardía para culpar a otros y no asumir jamás su responsabilidad directa en estas atrocidades. Y lo más triste es que los colombianos nos hemos acostumbrado a esto. Todos los juicios, las condenas, se van evaporando como agua hervida y se difuminan en el tiempo.

El atroz asesinato de Silvia Duzán, una mujer que tenía el periodismo, el valor y la honestidad pegadas a su piel, y de los tres líderes campesinos que eran un ejemplo de que sí se pueden hacer las cosas sin violencia y sin intimidaciones, un 26 de febrero de 1990 en el bar La Tata de Cimitarra, hasta el sol de hoy sigue impune. Se sabe que fueron los paramilitares de acuerdo con algunos integrantes de las Fuerzas Armadas. Pero de allí a ver condenados existe un abismo. La muerte de Silvia fue una página más en el libro del horror colombiano. Una página más.

La otra ola que me envolvió fue la de la admiración. María Jimena, su hermana de sangre y de periodismo, logró, después de años de silencio, de no remover el dolor infinito, de no escarbar la herida, de no explotar de rabia y de tristeza, logró, repito, como ella misma lo afirma “viajar” hacia sus espacios interiores. Emprender ese viaje, el más duro de todos, para encontrarse con ella misma, con su pena infinita, con sus miedos, con  su desolación y ponerse en contacto con sus emociones más íntimas y desgarradas para contarnos, en un testimonio duro y al mismo tiempo delicado, lo que fueron para ella estos años de mutismo y silencio. Además se atreve a investigar de nuevo, se propone llegar hasta el final para que se sepa algún día la verdad clara y sin tapujos de qué realmente sucedió, quiénes fueron, dónde están y se les condene, a los que siguen vivos y coleando y a los que ya no están porque se asesinaron entre ellos. Que caigan. Que Colombia reconozca este crimen de lesa humanidad. Que las víctimas no se queden en el olvido.

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Como decía Gonzalo Arango, “la salida está hacia adentro”. Y María Jimena emprendió ya el viaje fascinante y doloroso, pero sanador al compartirnos su pena, su desconcierto y permitirnos también llorar con ella y clamar porque algún día se haga justicia.

Recuerdo cuando inicié mi libro sobre mi lucha contra el alcohol y las drogas. Fue la experiencia más dura y más liberadora de mi vida. A ratos no me sentía capaz de terminarlo. A veces era demasiado el dolor o la rabia. Pero al compartirlo se alivió el peso de mi alma y empezó para mí un nuevo amanecer.

Quiero felicitarla y decirle que no cese en su búsqueda. Que Silvia siga viva en los corazones de todos los que deseamos justicia, verdad y paz. Así se hayan perdido los expedientes y sigan callados los cómplices, la luz algún día brillará.

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