CHII... CHII... CHII... LE... LE... LE... Chile. País largo como una lengua estrecha, enmarcado y apretado entre los Andes y el mar. País que se inicia en el norte con el desierto y termina en los glaciares del Polo Sur.
CHII... CHII... CHII... LE... LE... LE... Chile. País largo como una lengua estrecha, enmarcado y apretado entre los Andes y el mar. País que se inicia en el norte con el desierto y termina en los glaciares del Polo Sur. País de viñas y de espinos, de nieves eternas y rocas azotadas por las olas, inmortalizado en poemas, desgarrado en canciones, engalanado con lagos color esmeralda y cielos azules. País privilegiado en belleza y contrastes. Pareciera como si la misma naturaleza, celosa ante tanta hermosura, se empeñara en castigarle, sacudiéndolo con terremotos, arrasando sus playas y caletas con tsunamis, sepultando en sus mismísimas entrañas de roca y tierra a algunos de sus hombres.
Esta vez la muerte enamorada no pudo culminar su obra. Los millones de habitantes que estaban en el exterior se dedicaron a devolver a la vida a sus hermanos atrapados. Jamás se rindieron ante la adversidad ni la desesperanza. Se unieron y a dentelladas, metro a metro, golpe a golpe, lograron el milagro. Como se conoce ahora, “El milagro de Atacama”, esa región desértica, agreste, seca, en la que se encontraba la mina traicionera que se tragó de un bocado homicida a estos treinta y tres hombres, cuyo único pecado fue trabajar escarbando sus entrañas oscuras y húmedas, para poder sostener a sus familias. Como si diariamente bajaran a la muerte para resucitar al final del día y tener el derecho de descansar, amar y comer.
“Señor presidente, le entrego mi turno”. Estas palabras del minero número treinta y tres, el que lideró el grupo y que fue el último en salir a la superficie, estas palabras, repito, pasarán a la historia de la humanidad, como pasaron las palabras de Armstrong cuando posó sus pies en la Luna. El minero Urzúa le cede el turno al presidente Piñera. Urzúa ya cumplió su misión. Y en un abrazo prolongado, cálido, verdadero, el presidente de los chilenos le recibió el turno. El turno para que desde ahora en adelante no solamente los mineros de su país, sino todos los trabajadores, los campesinos, los obreros, los maquinistas, todos los millones de seres que constituyen la fuerza laboral, tengan aseguradas las condiciones de seguridad, dignidad y respeto por la vida que se merecen.
Esta fue la misión que recibió Piñera. Estoy segura de que durante su mandato lo logrará. Acaba de darnos un ejemplo a todos los países de lo que es ser un mandatario comprometido y solidario con su pueblo. No desfalleció ni un minuto en las dos largas noches del rescate. Estuvo al pie del cañón. En varias ocasiones sus ojos se humedecieron con lágrimas de emoción. Logró devolver a la vida, asumiendo todas las responsabilidades para rescatar a ese puñado de compatriotas, tal vez los más humildes, que en cualquier otro país del mundo los hubieren dejado sepultados y declarado el lugar como campo santo, como usualmente hacemos los colombianos.
No en vano las cadenas de televisión internacionales se apelotonaron durante días enteros para “cubrir al fin una noticia de vida y alegría”, y no de muertes y atentados como diariamente les toca hacer. Chii... chii... chii... le... le... le... País imbatible que se crece ante el castigo y nos da lecciones al resto.