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“Le cuento que tengo a mi papá conmigo por unos días. Salgo de vacaciones mañana y me lo llevo de viaje. Hice un esfuerzo y quiero darle lo que más pueda mientras lo tenga con vida. Lo llevo a Cartagena. Ninguno de nosotros conoce el mar y desde hace dos años estoy ahorrando poco a poco para lograrlo”.
“Creo que todo lo debemos dar en vida. Después de muerto ya no vale nada y los hijos siempre debemos esmerarnos para dar lo mejor a nuestros padres. Ya llegamos. Mi papá está feliz conociendo el mar, siempre hemos vivido entre montañas”.
“Ya regresé a dejar a mi papá en Cauca, en la vereda de El Rodeo, municipio de Almaguer. La situación está muy difícil. Hay mucha guerrilla. Necesitaba vender un lotecito que nos dejó mi mamá, porque después del viaje quedé sin un peso”.
“Pero no pude. Regreso a Cali. Aquí ya no puedo estar tranquilo. Tengo que pagar una vacuna para que la guerrilla me dé permiso de estar aquí. Nunca pensé que para volver a mi tierra iba a tener que pedir y pagar para poder estar aquí. Me da mucha tristeza”.
Al Monito Jardinero lo conocí hace cuatro años. Su mamá estaba muy grave. En su vereda no había tratamiento, en Popayán tampoco. Llegó a Cali sin conocer a nadie, con su hermana. La EPS no cubría inmediatamente los gastos en Cali, toda una odisea. El Monito, joven, tímido, temeroso y agobiado, empezó a trabajar como jardinero con manos de oro. Nos hicimos amigos y conocí a la mamá en fotos. Un año después falleció: dolor, tristeza, llanto y soledad.
Sin embargo, el Monito siguió trabajando y logró un mejor empleo, pero jamás nos alejamos, seguimos conectados y nos vemos esporádicamente. Ha crecido y madurado. Cuando puede sube al centro del Macizo Colombiano donde está su vereda, El Rodeo, cerca de Almaguer, perdida en el mapa e incrustada entre montañas y quebradas.
Almaguer fue una ciudad importante en la Colonia, fundada en 1551 como sede del alférez real y distrito minero de la América española, portadora del título de “muy noble y leal ciudad”. Estuvo habitada por gobernantes, milicias reales, escribanos públicos y autoridades diversas, y fue declarada por la Unesco patrimonio histórico, artístico y cultural de Colombia y reserva de la biósfera. Dos terremotos en el siglo XVIII la arrasaron, pero todavía quedan trazos de calles y casas, y hasta hace poco se podían encontrar piezas de oro.
Actualmente olvidada por Dios y el Estado, su pasado glorioso se esfumó y fue reemplazado por sangre, violencia, guerrillas, narcotraficantes, amenazas, muchas balas y muchos muertos, ignorada por el resto del país con gobiernos llenos de palabras, decretos y promesas que se las lleva el viento. El centro del Macizo Colombiano, donde nacen la vida y el agua del país, está convertido en un infierno entre disidencias de las FARC y el ELN, narcos y sicarios, donde la vida vale nada y el resto vale menos.
¿Qué hace el Gobierno actual? No creo en la “paz total”. La paz no se hace por decreto ni alcahueteando a guerrillas y narcos. El Estado tiene la obligación de cuidar a sus ciudadanos, a todos los monitos jardineros de Colombia que con sus palabras nos dan un ejemplo de ética, amor filial y honestidad. Esa es la Colombia que tenemos que proteger y defender, esa Colombia trabajadora, limpia de alma, ignorada, sin nombre ni lápidas, esa que no tiene rostro y sigue desplazándose para poder vivir dignamente.
El alcalde indígena de Almaguer suplica por protección y recursos, su municipio vive en la pobreza absoluta en medio de balas. Pero nadie le para bolas, solo bla, bla, bla, foros centralistas y discursos populistas. ¡Qué espanto!
Monito Jardinero, Dios lo bendiga por existir, no se merece sufrir más, pero su papá logró conocer el mar.
