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Existen osos y osos: pardos, negros, de anteojos, temibles, juguetones. La pequeña medina de Mayrit, fundada en el siglo IX por el emir de Córdoba, era un caserío disperso entre bosques, colinas y pastizales, privilegiado en aguas con los ríos Manzanares y Jarama, y los arroyos bajo tierra. Abundaban los osos y los madroños, esa planta mítica que ya figuraba en la Eneida, de Virgilio, como el árbol de la inmortalidad pues tiene la capacidad sorprendente de rebrotar luego de un incendio forestal y en la Antigüedad las tumbas eran adornadas con sus hojas. Su fruta ya madura, parecida al lichi, embriaga por su alto contenido en etanol.
Ya en el siglo XIII Madrid se vio envuelta en una pelea feroz entre la villa y la Iglesia por unas tierras. La Iglesia se quedó con los pastos y la villa con los árboles. De allí nació el símbolo de Madrid, un oso comiéndose la fruta del madroño, aunque muchos sostienen que se trata de una osa, representando la Osa Mayor en el firmamento. Su estatua se encuentra en la Puerta del Sol.
En cambio, en Colombia “hacer el oso” está relacionado con hacer el ridículo, comportarse fuera de tono. Frase inventada en la Edad Media cuando osos mansos imitaban posturas o movimientos de personas, como hacían los gitanos poniéndolos a bailar. También se deduce que “el abrazo del oso” puede ser una trampa, porque bajo la excusa del afecto se puede quebrar alguna costilla y el achuchón se convierte en ahogo.
Se especula mucho sobre los osos del presidente Petro en su visita a Madrid como jefe de Estado, que si el frac, que si el baile de su mujer, que si los tenis de la intocable ministra, que si se comparó con el Quijote, en fin... Estas actitudes, más que osos, son ordinarias. El cambio para Colombia no está en los tenis, ni en el rechazo al frac, ni en el movimiento frenético de las primeras caderas del país. Lo que sí fue un oso mayor fue su discurso al Congreso español, ese discurso improvisado y errático. Oso fue declarar que tuvo “pesadillas” al dormir en El Pardo, criticar la monarquía y aceptar invitaciones de “esos enemigos”, atacar el “yugo español” y pavonearse con los victimarios.
Creo que en la vida ser coherente es lo menos que se le puede demandar a un jefe de Estado, pero eso parece ser un sueño imposible actualmente. El populismo pasó de moda, no cambia nada, desorienta, distrae un rato y luego polariza. El cambio se logra con hechos concretos, pero hasta ahora no se ha visto nada tangible y no es propiamente culpa de la clase empresarial ni de esa “oligarquía perversa”.
Aterrice, señor presidente. Queremos un cambio, sí, pero coherente, sin pataletas ni palabrería gaseosa. Bájese de la nube del mesianismo. En la medida en que usted gobierne bien, al país le irá bien y es lo que deseamos todos los ciudadanos. No es a través de áulicos ni fanfarronerías. Usted puede hacer un buen gobierno, pero ojo con su inteligencia emocional, llamada y conocida como “la loca de la casa”. Está a tiempo. Menos palabrería y más coherencia, no es tan difícil.
Esta columna la escribo desde Madrid, la capital del oso y el madroño, y de un país que no traga entero, ni quijotes falsos ni yugos exagerados sacados fuera de contexto. Le ha podido ir mejor. Usted representa a Colombia, no se le olvide. El frac fue lo de menos, pero hubiera estado más a tono con sus anfitriones.
