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El río

Aura Lucía Mera

20 de enero de 2014 - 06:00 p. m.

Zambullirse sin vacilar en esas seiscientas veinte páginas y dejarse llevar por las corrientes del Apaporis, subir por el Macaya hasta divisar la Sierra del Chiribiquete, “imponentes y remotos, bajo un velo de neblina, erosionados en formas grotescas, aquellos cerros que le parecían a Schultes eco del principio de los tiempos levantándose como gigantescas esculturas abandonadas en el primer Taller de Dios...”.

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Conocer los secretos de los waoranis, aprender la fórmula misteriosa para envenenar los peces, mirar cómo se untan en las encías hormonas concentradas de hormigas para calmar el dolor que les produce el uso excesivo de la cerbatana, mirar los aviones como abejas gigantes que llevan demonios chiquitos adentro.

Encontrarse en la Sierra Nevada y recoger plantas medicinales, que “crecen en la periferia de los lagos sagrados, un lugar mucho más allá de los árboles donde las plantas tienen piel y las piedras se cubren de hielo en las mañanas...”.

Descolgarse por los raudales impetuosos del Apurimac hasta llegar a la garganta rocosa donde terminan los Andes, para catalogar la hoja de “chamairo” que endulza la mascada para mambear la coca. Atreverse a probar el “cactus de los cuatro vientos” y sentir “que las rocas y piedras negras se convertían en flores...”.

El río. Escrito por Wade Davis, antropólogo y explorador botánico. Homenaje a su profesor y mentor Richard Evans Schultes, quien se internó en lo profundo de la selva amazónica durante doce años, descubriendo ríos, identificando plantas, conviviendo con tribus aisladas y sabias. Homenaje a su amigo del alma Tim Plowman, también discípulo de Schultes y muerto prematuramente, compañero de viaje de Davis.

Wade Davis estará en el Hay Festival en Cartagena. Lo único que les puedo decir a los que no se hayan atrevido a zambullirse en estas aguas mágicas de El río es que se atrevan a lanzarse. Como comentó The Financial Post: “Quién lo hubiera pensado: leer un grueso volumen de historia botánica puede ser una experiencia inesperadamente mágica y sobrecogedora...”.

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Para los kogis, “la tela que tejen y la ropa que llevan se convierten en sus pensamientos (...) voy a tejer la tela de mi vida/ voy a tejerla blanca como una nube.../ voy a obedecer la ley divina...”.

Después de leer El río siento haber recibido un regalo espiritual. Seguiré abrazando las ceibas, acariciando las hojas, emocionándome con las corrientes de los ríos bravos e impredecibles y deslumbrándome con los atardeceres, tocando algún pétalo, pero con más reverencia y gratitud.

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