Hurgo, esa es la palabra, en Tornamesa. Su selección de libros me fascina. Doy vueltas y más vueltas, leo contracarátulas y encuentro El sótano, de Begoña Huertas. La descripción del libro me intriga, es abstracta y confusa. Dan ganas de no comprarlo, aunque por eso mismo me fijo en él. Su autora tampoco me dice nada, pero lo compro.
Resulta que Begoña fue premio Casa de las Américas, doctora en literatura hispanoamericana, becaria investigadora, redactora de opinión, profesora de escritura y autora de varios libros, como Déjenme dormir en paz, El desconcierto y En el fondo. El sótano es su libro póstumo. Murió hace un año de cáncer de colon.
Ya en El desconcierto escribía desde su enfermedad, pero El sótano es la enfermedad, la entrega. Un libro casi distópico que narra en primera persona la vida en un hospital-hotel de cinco estrellas, al cual van pacientes a sanarse o a dejarse morir.
Solo en el sótano del edificio se sufre. Solo en ese sótano están las salas de cirugía, las sesiones inclementes de las quimioterapias, el dolor, el olor a muerte, la donación de órganos, los moretones de las agujas incrustándose en las venas ya secas, las náuseas y los retortijones.
De resto, en el hospital-hotel transcurre la vida, con su piscina, sus tumbonas, sus comedores gourmet, sus habitaciones blancas con sábanas blancas, cortinas blancas y vistas a un parque idílico. Jamás se habla de la enfermedad. La narradora y sus “amigos” de mesa son selectivos. No se relacionan con “los otros” ni se refieren a sus miedos o dolores. Cada uno vive atrapado en su isla interior mientras visten elegantemente y disfrutan oficialmente de ese reposo blanco y luminoso.
Libro duro, extraño, filudo y filosófico que no da cabida para la ternura. Es casi una disección de pensamientos y metáforas. La enfermedad no existe porque produce vergüenza y culpabilidad: “Estar enfermo no es de buen gusto”, “La vida empuja en la misma medida que la muerte arrastra”, “Estar enfermo es como quien está en pecado”, “Las miserias nos las callamos todos por dignidad”.
¿Es una novela negra? ¿Es un llamado a la esperanza? ¿Es el miedo a morir su motor? ¿Es una plegaria? No sé. Es desconcertante porque tiene muchísimas lecturas. Ese hospital-hotel de lujo, ese sótano tenebroso y real, esos pacientes en negación de su desesperación también se asemejan al mundo en que vivimos. Cada quien tratando de esconder sus heces y sus temores, aparentando ser lo que no es, pareciendo curas milagrosas que no existen, ofreciendo paraísos en medio del infierno.
¿Hasta qué punto todos somos Dolores, su protagonista y narradora? ¿No vivimos todos en un mundo de mentiras y apariencias? ¿Realmente nos importan los demás? ¿Existe la compasión o somos una máscara sonriente, rígida y helada por dentro? Nunca mencionamos el miedo a la muerte ni el terror absurdo que produce un espejo cuando nos devuelve esa imagen que no queremos ver.
El sótano toca fibras escondidas que adornamos para poder continuar el camino, taconeando y tratando de cantar.